Con la infantil aspiración de mantener activas a mis escuálidas neuronas, intento dosificar la ingesta de televisión, a las dosis mínimas que prescriben los chamanes del “buenismo”. Lo bueno del sistema, es que actúa como una vacuna, mientras más ves la televisión, menos te gusta. Hablo de ver, de comprender, de analizar…si nos limitamos a “engullir” sus efectos terapéuticos se convierten en un virus voraz y enormemente mortal. Como la peste……
El otro día, en una velada medicinal a las que me someto, me dispuse a disfrutar de un frugal bocadillo de pata, mientras veía un capítulo de la serie LA PESTE. A los pocos minutos, y mientras me indigestaba con la cena, me sorprendía como nuestra televisión pública puede tirar a la basura más de 10 millones de euros, para producir semejante basura, envasada en seis capítulos. Que este burdo panfleto lo gestaran ingleses u holandeses, hace 400 años, pues es plato costumbrista, pero que nuestra “glamurosa intelectualidad” continúe devaluando nuestra propia historia, es algo verdaderamente masoquista. Ya no pude resistir ni un minuto más, cuando sueltan la emblemática frase: «Se embarcan los deshechos, los que aquí no tenían futuro, esperando volver a empezar». Es verdaderamente increíble, pero sobre todo triste, que continuemos vendiéndonos a nosotros mismos, una imagen tan patética, de una época en la que el mundo cambio con el impulso de España. Lo que embarcó hacia todas partes del mundo, fue el fruto de siete siglos de guerra constante, de hombres y mujeres que forjaron el carácter de generaciones, defendiendo las diferentes marcas y fronteras que fue necesario mantener o superar. Por otro lado, se me ocurren pocos movimientos migratorios que fueran más supervisados y controlados que los que arribaron al Nuevo Mundo desde España. Por citar un ejemplo de ese férreo control, al propio Cervantes no le fue permitido viajar. Al ser manco, por las heridas infligidas en Lepanto, ya no podía ejercer de soldado, por lo que se le suponía que no podía aportar ni oficio, ni beneficio.
Como a muchos, me encanta viajar, conocer otros lugares, gentes, costumbres, culturas. Mantengo que viajar te abre la mente, dado que la primera enseñanza es que existen siempre diferentes perspectivas, tantas visiones como pueblos habitamos esta tierra. Pero en la mayoría de las naciones que he visitado, es un denominador común, su sano orgullo, cuanto menos reconocimiento, a su legado histórico, a las gestas de sus conciudadanos, que nadie se resigna a olvidar. España es una extraña excepción a esta inveterada costumbre internacional. Así vamos educando a las nuevas generaciones en la misma obsesión, casposamente antigua y muy, pero que muy carca, a saber, que la historia de España, hasta en su momento de esplendor, no ha sido otra cosa más que suciedad, ignorancia, intolerancia, latrocinio y tinieblas. Seguro que este producto televisivo será exportado al resto de Europa, lo que contribuirá a reforzar la idea, tan arraigada entre ellos, de su superioridad moral intrínseca, casi genética. Pero que podemos esperar, en un país que ha entronizado tesis oficiales de la historia de las que no se puede disentir, salvo que se sigan postulando necedades de ruines sedientos de oro como única obsesión. Si los verdaderos inquisidores pudieran viajar a la Ginebra de la serie, podrían evaluar lo que realmente era un sistema oscuro y liberticida. Estos eran los pálidos enemigos de la vida.
La peste, revive en mí, los sentimientos que se generaron cuando vi la película, parcialmente rodada en Gran Canaria “Los últimos de filipinas”. Una buena muestra de lo que se puede hacer, con el estupendo combinado de buen presupuesto, y mejor arte. Pero históricamente, y como no podía ser de otra forma, nuestro ultra subvencionado sistema cinematográfico, ha generado un nuevo panfleto visual. Esta producción, es una sesgada crítica de esta gesta militar española generada para víctimas de la LOGSE, y adaptada al pensamiento infantil imperante en buena parte de nuestra sociedad. El pensamiento de lo “políticamente correcto” determina una forma de pensar que es incapaz de entender que haya personas capaces de luchar y sacrificarse por ideales.
Desde muy joven, mi padre siempre me insistió en que “ni Caín era tan bueno, ni Abel era tan malo”, por lo que suelo rehuir de simples dualidades. Pero hay que partir de la realidad cronológica de que, durante 11 meses, entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899, un grupo de soldados españoles, algunos eran canarios, quedó aislado en la tupida selva filipina, en una aldea llamada Baler. Del medio centenar de militares españoles que integraban la guarnición al inicio del asedio murieron 17, entre ellos su capitán. Hicieron frente a fuerzas filipinas muy superiores en número, una lucha desigual en la que los asediantes sufrieron unos 700 muertos.
Al carecer de información de Manila, resistieron los ataques de los tagalos sin saber que nuestra nación, su nación, había sido derrotada en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Finalmente, cuando pudieron verificar que los diarios que informaban de la derrota de España -entregados por los filipinos- eran auténticos, rindieron las ruinas que defendían, con la condición de retirarse conservando las armas y sin ser hechos prisioneros. Como suele ocurrir, difícil resumir una epopeya de este calibre. Resulta más fácil, para el patético dictamen del crítico de cine Iván Reguera, que lo resume así: “Estamos hablando de un cine que cuenta una página de la historia de España y que, como tantas páginas de nuestra historia, es ridícula. Porque sólo de miserables, cretinos e idiotas se puede calificar a los que sacrificaron a sus hombres en vez de rendirse y disfrutar del hedonismo que les ofrecían en la puñetera cara los amables filipinos.”. Me repelen los relatos dickensianos, ni tan bueno, ni tan malo, pero ¿es necesario vejar gratuitamente parte de nuestro legado?
Casi toda conquista o colonización conlleva imposición por la guerra, sojuzgamiento de la población, sustitución del modelo de poder previo, en múltiples ocasiones aniquilación del enemigo y, muy frecuentemente, explotación de los recursos locales. Es decir, lo mismo que hicieron los romanos, los griegos o los mexicas cuando llegaron allí. La diferencia fundamental es que, con Cortés, en su epopeya participaron, junto con unos cientos de españoles, muchos miles de nativos que estaban hartos de la tiranía azteca.
Pero esta panfletaria serie, si tiene una buena frase, verdaderamente buena. “La peste es la ignorancia. Eso es lo que verdaderamente acabará con el hombre”. Y que lo digan…….
Luis Nantón Diaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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