Dicen los que saben, que la vida es una constante superación de adversidades en una continua enseñanza. En una vida activa repleta de experiencias tomamos decisiones y asumimos ciertos riesgos, a nivel individual y colectivo. La sociedad española tiene delante una disyuntiva, o varias, pero es indispensable tomar conciencia, definir estrategias, y tomar decisiones. Y hay que hacerlo ya.

En la madrugada del 11 al 12 de enero del 49 a.C Julio César cruzaba el rio Rubicón, junto con sus legiones, tras disipar las lógicas dudas que le atormentaban. Tal decisión implicaba un manifiesto incumplimiento de la ley romana, un acto de suma hostilidad frente al Senado y un indeseado enfrentamiento con el poderoso Pompeyo Magno. Por utilizar la transcripción más breve, recordemos las palabras de Plutarco: “Y atravesó el río Rubicón de la prefectura gala contra Pompeyo diciendo “Todo dado sea lanzado”. Aquí tenemos el origen de la alocución española “la suerte está echada”, refiriéndonos a una intrépida acción, que tiene difícil vuelta atrás. Al divino Julio, esta jugada le fue favorable.

Nos encontramos ahora en una encrucijada de enormes dimensiones. Podemos continuar con la misma errática cantinela de un gobierno dividido, de nula capacidad estratégica, que se mantiene en el poder a base de alimentar desigualdades y pactar con todos aquellos a los que nuestro futuro como nación les va al pairo; o, por el contrario, podemos presionar para que partidos políticos, organizaciones empresariales y, el tejido asociativo no dependiente, tomen conciencia de que un cambio de rumbo es indispensable. Y para que esto ocurra todos debemos despertar de nuestro letargo, deteniéndonos a pensar en los recursos efectivos que tiene España y nuestra comunidad. Es el momento de sacar la calculadora, la metafórica y la literal. Exigir a nuestros dirigentes eficacia, resultados y estrategias coherentes a partir de información veraz e independiente. Es fundamental generar espíritu crítico, y ser valientes, positivos y solidarios, pero de verdad. Luchando y tomando posiciones para defender nuestro futuro y el de nuestros hijos.

En un primer momento, y con el natural desconcierto de la pandemia, era fundamental, era decisivo, el no saturar nuestra exhausta estructura sanitaria, había que ganar tiempo, y para ello se apostó por el confinamiento. Otros países, como ya hemos apuntado, decidieron otras alternativas, más de la mano de la ciencia y la tecnología, fundamentando su estrategia en la trazabilidad de los colectivos. No vamos a llorar por la leche derramada. ¿Pero y ahora qué?

Si alguien piensa, aparte de la mayoría de nuestros políticos, que, tras el confinamiento y todo tipo de desescaladas, la epidemia va a desaparecer, se está llevando al engaño. Si después de más de dos meses enclaustrados se hubiera descubierto que la mayoría de la población ya ha superado la pandemia, esto obligaría a pensar en una explicación no racional, sino mágica. Pero la magia aquí es irrelevante. El resultado de más de dos meses de secuestro total de los españoles es que sólo una ínfima parte de la población está inmunizada, y estamos como al principio. Peor aún porque ahora llevamos una siniestra mochila llena de caídos y de sanitarios agotados. Y dentro de seis meses o de un año el virus seguirá aquí. Lo reitero: el objetivo del confinamiento era aplanar la curva de contagios, ganar tiempo, pero era imposible que resolviera el origen del problema. La COVID-19 continuará extendiéndose hasta llegar a su máximo natural de infecciones, que será alto, dada su potente viralidad.

El aparente escollo es que el tiempo que hemos ganado, lo que hemos aprendido sobre esta crisis, está siendo patéticamente desaprovechado por esta gente, preocupada por mantener el estado de alarma, con la finalidad de mantenerse en el poder, eludiendo todos los controles de nuestro sistema constitucional. La absoluta carencia de medidas a largo plazo, la gestión pensando en obtener réditos electorales, no sólo pospone la adopción de soluciones que se están aplicando con éxito en otros países, sino que además está ahogando brutalmente nuestra economía. Esta infantilización de la sociedad pasará factura a la actividad, el empleo, la deuda, el déficit y, junto al dramático fallecimiento de miles de conciudadanos se está sumando una acelerada tasa de defunción empresarial.

A pesar de los desvelos de este gobierno para no despedir tras “superar” la fase de los ERTES, o gracias a ella, subirá el desempleo alcanzando el 28% de la población. Van a desaparecer compañías enteras. Las empresas al igual que las personas, no resucitan.  Se tardarán años en regenerar el tejido empresarial, haciendo muy lenta la salida de esta crisis. La deuda pública superará el 140% del PIB. De nuestra principal industria, sobre todo aquí en Canarias, mejor no comentar nada tras las declaraciones de los ministros Abalos y Garzón, acerca de las cuarentenas con las que van a rematar nuestro principal motor económico. Con un tejido empresarial pequeño y frágil como el nuestro, nos enfrentaremos a caídas del PIB acumuladas de un 21% entre 2020 y 2021.

Ahora sabemos, pese a que el gobierno siempre se negó a dar los datos reales, que hemos sufrido más de 38.000 fallecimientos. El 82% mayores de 70 años según datos de las comunidades autónomas. Estas cifras, como mínimo, son para reflexionar sobre lo innecesario de encerrar a la población profesionalmente activa, que en caso de contagiarse en su mayoría serían asintomáticas o leves. Siendo prioritario disminuir el número de fallecidos y no el de contagiados leves, ¿No hubiera sido mejor haber aislado sólo a la población de riesgo y a los enfermos? ¿No sería más adecuado concentrar todos los recursos disponibles en la absoluta protección de nuestros mayores y de los centros sanitarios, núcleos sostenidos de contagio? Nunca debemos olvidar a los más de 40.000 sanitarios infectados, que han contagiado a miles de personas, porque las autoridades los dejaron abrumadoramente desprotegidos, tanto a profesionales, como a sus pacientes. Hay que aprovechar lo que sabemos, para enmendar el rumbo y recuperar lo antes posible nuestra vida, con mayor seguridad y mejores resultados.

Si hundimos la economía, no podremos financiar los recursos para sostener nuestro sistema sanitario. La negativa correlación entre pobreza y salud es bien conocida. En esta situación no existe contradicción alguna entre salvar la economía y salvar vidas, porque una economía fuerte arrincona la pobreza y permite preservar vidas.

Llama muchísimo la atención, la diligencia con que algunos gobiernos han aprovechado la coyuntura para involucionar derechos, mermando las garantías constitucionales, muchas de las cuales han desaparecido como por ensalmo y nos han impuesto un arresto domiciliario de cuestionable legalidad.

Nosotros, la ciudadanía, nos encontramos ante un nuevo Rubicón. Mantenernos pasivos, crédulos ante la engañosa tranquilidad de una España subsidiada que nos venden los yonkis del poder, aprovechando el miedo existente, o adoptar un papel realmente activo propiciando alternativas. Los dados están en juego.

Luis Nantón Díaz

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