Este pasado mes de enero hemos celebrado el centenario del nacimiento de una de las figuras más geniales, polémicas y controvertidas del Japón del siglo XX. Yukio Mishima, laureado escritor, autor de complejas obras como Confesiones de una máscara (1948), Caballos desbocados (1970) o Sed de Amor (1950). Mishima era el pseudónimo bajo el que escribía Kimitake Hiraoka, un nipón natural del barrio tokiota de Yotsuya, procedente de una familia burguesa y con una carrera literaria meteórica que aún hoy incomoda en su Japón natal. En Europa, somos poco conscientes de la magnitud de sus 18 obras de teatro, de sus 257 creaciones literarias y hasta de una película. Debutó como novelista a los 16 años cuando publicó su primer relato. Sin embargo, no fue hasta una década más tarde cuando alcanzó la fama y el reconocimiento al publicar “Confesiones de una máscara”. Su atribulada vida, sus sinsentidos, constituyen una parábola poética. Componía una obra de teatro tradicional japonés en un fin de semana, al día siguiente polemizaba en vivo y en directo en los disturbios universitarios de los años 60 y practicaba de forma obsesiva las artes marciales. Un hombre así, es un combinado a todas luces extraordinario.
Candidato al Premio Nobel de Literatura hasta en 5 ocasiones, es uno de los autores japoneses más conocidos a nivel internacional, aunque más de medio siglo después de su muerte hay quienes cuestionan el significado tanto de su obra como de su mediático final. El fin de muchos grandes artistas, de grandes creadores, genera a su alrededor un espacio que algunos hombres vivifican como trascendente. Una parada en el camino donde se reúnen los irreductibles, los que todavía reconocen el significado simbólico de las cosas. Es una apuesta por otros valores diferentes al disfrute y a la utilidad. Restaura la nobleza del desinterés y de la autenticidad. Proclama solemnemente la diáfana soberanía que uno ejerce sobre sí mismo.
Su obra es sencillamente genial. Hay una visión del mundo que continúa fascinando a millones de lectores en todo el planeta. Una autentica seducción, que al mismo tiempo genera rechazo a su ideario nacionalista y radical. Resulta evidente que organismos públicos e instituciones culturales son muy reacios a organizar eventos conmemorativos y actos en honor a una figura vinculada a lo más contestatario y revolucionario de la sociedad. Sin embargo Kawade Shobo Shinsha llevará a cabo una fabulosa reimpresión de la primera edición de la novela autobiográfica, “Confesiones de una máscara”, que sacudió los rígidos pilares de la literatura japonesa cuando se publicó en 1949. Asimismo el Museo de Literatura Japonesa Moderna, celebra ahora mismo la Exposición del Centenario de Mishima que trata de reconstruir su universo, con la exposición de inéditas epístolas y otros actos, como la lectura de sus obras.
Mishima era plenamente consciente de su tormenta vivencial. Sufría una permanente tensión existencial y por ello, toda su vida es como el jisei no – ku, el poema ritual que uno debe componer, cuando se acerca al definitivo ritual. Fue una llamada de atención frente a la decadencia. La autodisciplina como un placer superior, como un crecimiento continuo, tiene mucho que ver con el arte, se llame este Bushido, escultura, poesía, teatro, pintura o danza. Se convirtió en una estrella de la literatura pero tras una baja apreciación de “La casa de Yoko”, decidió probar suerte como actor, cantante y modelo, mientras se entregó a la práctica del culturismo, el kendo y otras artes marciales.
Culminó su última creación, el final de la tetralogía “El mar de la fertilidad”, donde generosamente desarrolla la convulsa historia del Japón del siglo pasado, horas antes de su intento de enervar al ejército nipón para revolverse frente a la dominación occidental, tanto militar, como cultural. Desde su desmedido orgullo, su marcado distanciamiento, hasta la ardua disciplina de la Sociedad del Escudo, nos muestra siempre una búsqueda desesperada por moldear las formas de la belleza en un sentido externo y en un sentido interno, desordenadamente primero y en una profunda y convulsa fusión al final.
Cada día estoy más convencido de la carga simbólica de los grandes gestos. A lo augusto, por lo angosto. Las acciones ejemplares son con frecuencia poco prácticas, pero poseen una gran potencia simbólica. La sublevación de la “Liga del Viento Divino”, es un magnífico ejemplo de lo que intento señalar. En el año 1876, un grupo de samuráis rebeldes de Kumamoto deciden asaltar un cuartel leal al gobierno del Emperador Meiji, que pretendía restringir las libertades de esta casta guerrera. Uno de los samurái, al sugerir la adquisición de armas de fuego, con el fin de poder combatir al enemigo en igualdad de condiciones, se enfrenta inmediatamente con la oposición en bloque del resto del grupo. “¿Cómo pretendes que usemos las armas de los bárbaros? Debemos ir al combate con espadas y lanzas. Nada más. Un anciano guerrero sentenció: “No importa la victoria sino la pureza de la acción”. La mayoría cayó combatiendo, y los supervivientes se honraron con el seppuku.
De igual manera, Mishima convirtió su última intervención en un profundo símbolo, su final estuvo a la altura de su atribulada vida. El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima y otros camaradas de la Sociedad del Escudo irrumpieron en el cuartel Ichigaya de la capital, retuvieron a su máximo dirigente y bloquearon el despacho con una montaña de muebles. Tras ello, Mishima arengó desde un balcón a los soldados para que se alzaran en armas y devolvieran al emperador a la posición que merecía… pero los soldados no le hicieron caso. Toda una sociedad le volvió la espalda y decidió dar el último paso que podía, entregar su vida de la forma más honorable. Mishima se quitó la vida con el ritual seppuku. Todo un símbolo, que señala que para algunos hombres hay cosas más importantes que la vida misma y sin ellas la vida no tiene sentido. La épica de ese tipo de sacrificio está atada a una causa, y más allá de la derrota de esa causa, tampoco vale la pena vivir.
Luis Nantón Díaz
MISHIMA. MÁS VIVO QUE NUNCA
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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