Decía Mark Twain que el coraje es la resistencia al miedo, el control del miedo, no la ausencia de miedo. Pero resulta evidente que no se puede vivir con pánico. Posiblemente no éramos la mejor sociedad en el 2019, en eso que anodinamente, y sin creerlo, recordamos como “normalidad”. De hecho, y es lo peor, sufrimos a los mismos políticos, mandan los de siempre, y sus recetas son las de siempre. Resulta ilusorio pretender más.

No nos damos cuenta de cuántas cosas existen en el cielo y en la tierra, en nuestras vidas y cuerpos, en nuestras almas y mentes que son sacrificadas. Vivir inmersos en un irracional terror, tan enorme como disparatado ahoga la vida. Próximos a estrenar un nuevo año resulta inaceptable vivir así durante más tiempo. Y no podemos, “gracias” a los espectáculos que durante las 24 horas del día muestran los virólogos-estrella y las huestes televisivas que los azuzan para imponer un imaginario que elimina cualquier espíritu crítico. Cada vez que la sociedad impone un solo tema en el centro de la vida, una sola obsesión y un solo culto al que está prohibido sustraerse, se encapsula y asfixia. Estamos confinados en una burbuja de narcisismo sanitario, donde en una especie de miedo a vivir en libertad, preferimos que nos confinen y nos tapen la boca, como tributo por una incierta seguridad, frente a un peligro que no es como nos lo cuentan. Hay que recordar que la enfermedad es indisociable de la vida humana, aunque la modernidad la presente como una sorpresa, una excepción que no podemos colgar en  FACEBOOK, y de la que nadie nos había advertido. Para darse cuenta de ello solo es necesario pensar, recapacitar, comparar, analizar los datos, ver estadísticas. Si además de eso, durante unos días logras apagar el televisor, y te permites el lujo de pensar, notarias una bondadosa y excitante erupción de criterio e independencia. Ya te lo advierto, también parece ser que, en verdad, resulta una experiencia algo dolorosa.

Seguimos obsesionados con las cifras de positivos, sin plantear qué es lo que realmente está determinando una prueba, que tipo de afección, el nº de ciclos con que se realiza, o simplemente la frecuencia en su realización. De hecho, obviamos hasta cualquier sintomatología previa, no vaya a coincidir que estes enfermo. Pero los políticos utilizan siempre la cifra más desorbitada, la que provoca más miedo, para imponer unas restricciones de derechos individuales, que les permiten vivir mucho más tranquilamente. Las cifras de incidencia hospitalaria hay que interpretarlas serenamente, con detalle, y comparando las cifras de años anteriores. No es la primera vez que invito a un necesario ejercicio de análisis, que evite el alarmismo, y el pánico que fomentan los que mandan, para tenernos mansos y calladitos, mientras continúan exprimiendo todo lo que se ha logrado por la ciudadanía.

La implantación de mascarilla en exteriores no está avalada por nadie, pero ya es como ponerte unas orejeras. Y es que hace falta estabular al personal, para soltar sin reírse que la medida está avalada por la ciencia, tratándose únicamente de una encuesta a mil personas, realizada recientemente por una universidad madrileña. Mientras sigamos tragando nuestras propias miasmas, contentos por remedios propios del medievo. Suplicamos que nos aniquilen la Navidad y algunos claman para que se implante la vacunación obligatoria, es decir, que el estado sea dueño hasta de tu cuerpo. Si aceptamos normas inaceptables después nos será imposible recuperar terreno. No reaccionamos cuando el presidente del Gobierno, sin sonrojarse dijo que la fiscalía era suya, ni al comprobar que, por unas monedas de plata,  todas las televisiones le rinden pleitesía. Asentimos con bovina tranquilidad cuando vemos que han comprado a los silenciosos sindicatos, ya bastante ocupados en sus corruptelas. Continúan arruinándonos con precios disparatados, pero nos dicen que los precios son los mismos, y que eliminemos la inflación. Exigen un pasaporte COVID que no sirve para nada, que atenta contra los derechos fundamentales, que no vincula el acceso a un lugar al hecho de ser positivo o negativo sino al hecho de estar o no vacunado. Esto viene a sugerir que las restricciones son un chantaje que no tiene relación con la realidad y que, por lo tanto, no van a terminar jamás, incentivando, de paso, próximas dosis que probablemente se conviertan en un rosario interminable. Porque ya vemos que va a dar igual, que no nos guiamos por la estadística, los datos y la ciencia sino apenas por sensaciones de gente bloqueada por el miedo.

La vida es injusta, pero la vida es una experiencia extraordinariamente hermosa, que debemos vivir en toda su intensidad, con plena conciencia. El milagro es la vida y el verdadero regalo es estar sano. Hay que vivir de nuevo, dar gracias, asumir la realidad, pensar en nuestro futuro y sobre todo en las próximas generaciones. Es necesario revivir el coraje que teníamos y celebrar, defender como hombres y mujeres independientes nuestras libertades y nuestra dignidad. Y, por supuesto, dejar claro que se acaba la paciencia. No debemos permitir ni al Gobierno ni a las comunidades una sola limitación o suspensión de derechos por ningún motivo que no sea una invasión de marcianos o que el golpista tarado de turno declare la república catalana. 

Ya han probado con todo tipo de generadores de miedo. Los que peinamos canas nos acostumbramos a la debacle nuclear, después al terrorismo de origen desconocido que nos permite todo tipo de guerras de “liberación”, tras ello hemos conocido dos o tres experimentos pandémicos, hasta que con tanta experimentación dieron con la fórmula idónea. Son minorías cada día más conscientes, las que se están percatando como quieren utilizar el cambio climático, y la nueva religión de la sostenibilidad, para que estemos permanentemente amedrentados, y dando gracias porque un estado omnipresente pretende solucionarnos los problemas. No es una novela distópica, es auténtica y genuina agenda 2030.

Y toda esta coyuntura necesita de herramientas adecuadas. Lo primero unos medios de comunicación dominados por unas pocas centrales, generosamente subvencionados, que promuevan lo “políticamente apropiado”. El recurso a la corrección política es algo que pervierte la comunicación hasta lo indecible. El recurso al empobrecimiento cultural de las poblaciones, con un patético sistema educativo que prima la indolencia y castiga el instinto de superación. Generación constante de una cultura de ocio con un nivel cada día más bajo y menos exigente y el gran recurso a la fragmentación y neutralización de las sociedades. Frente a todo esto, solo podemos oponer el coraje de una sociedad con conciencia de sí misma y de su destino. Iniciamos esta reflexión con una cita del genial Mark Twain, apetece terminarla con Séneca: No hacemos las cosas porque son difíciles; son difíciles porque no nos atrevemos.

Luis Nantón Díaz