Por todos es conocido el cuento infantil de la princesa y el guisante. Pese a estar vetado en la actualidad por el Ministerio de Igualdad, y su suprema inquisidora, últimamente son diversos los autores que lo están utilizando para plasmar la dramática falta de sensibilidad de la sociedad española. Como saben,  se trataba de una desconfiada y rancia suegra, que para certificar que su vástago se llevaba lo mejor, pone la prueba casi imposible del guisante a la misteriosa pretendida de su hijo, para ver si así puede echarla sin tapujos de ningún tipo. Diseña una prueba de una delicadeza atroz. Recuerden: una verdadera dama notará la incomodidad de un solo guisante escondido bajo delicados y esponjosos colchones.

Este relato infantil presenta la metáfora de un individuo justo, una persona con criterio, un alma que vive conscientemente en libertad no podría soportar la tensión existencial de situaciones injustas, no podría aguantar la impotencia de situaciones despóticas o arbitrarias. Nada justifica el mirar cómoda y cobardemente hacia otro lado, aceptando nuestro sometimiento, pese a que el colchón aparentemente nos resulte cálido y extremadamente mullido.

Pese a lo delirantemente tardías que son las sentencias del Tribunal Constitucional, en relación con los estados de alarma decretados el año pasado por este gobierno, o por sencillamente fulminar durante medio año el necesario control parlamentario, veo a muchas personas contentas. Satisfechas honestamente con lo que consideran un necesario varapalo a las ilegalidades cometidas por su Sanchidad y colaboradores. Creo que se equivocan, dado que estas sentencias son una patente de corso, una legitimación para cualquier tropelía que quiera cometer un gobierno totalitario. Estos políticos saben que pueden hacer lo que les da la gana, pasarse nuestra Carta Magna por el arco del triunfo, porque finalmente no acontece nada, absolutamente nada. Ninguna justa reacción, más en un país donde no dimite nadie, pese a ocultar más trampas que Fu Manchu.

Son muchos los guisantes a los que nos estamos acostumbrando con una pasmosa pasividad. Una bolsa de guisantes congelados y gorditos como la inflación creciente que esquilma nuestros ahorros, guisantes como nuestra dependiente pobreza energética y el insoportable coste de la electricidad y el gas, insufribles piedritas al ver que para mantener un gobierno débil se pacta con una serie de grupos, cuyo objetivo es acabar con España. Para mantener este circo, no para de incrementarse la presión fiscal. Leyendo asustado la comparecencia de la secretaria de Estado de Hacienda, Inés  Bardón Rafael, ante la Comisión de Presupuestos, lo que más me impresiona es cuando afirma que contamos con el mejor sistema tributario, el más favorable de toda la Unión Europea. ¿Favorable para quién?

Sufrimos, sin duda, una espiral de depredación tributaria a los acorralados ciudadanos, con la consiguiente minoración de la actividad económica, que a su vez provoca una menor recaudación. Mientras a nivel internacional se postulan bajadas de impuestos y necesarios beneficios fiscales, aquí seguimos defendiendo una fiscalidad voraz, para unos presupuestos que sencillamente son una novela de ficción, por mucho que logren el apoyo de los radicales de Bildu.

Resulta elocuente la creciente tendencia de esta Administración para fallar a favor de sí misma y en contra de los administrados. Un incómodo guisante para tener en cuenta, como mínimo a analizar, es el asunto de las reclamaciones de los contribuyentes contra la Agencia Tributaria en los tribunales económicos administrativos. Según la memoria de 2020, en el 55% de los casos la Administración fracasa en el procedimiento, aumentando el porcentaje a cerca del 70% en el caso de tribunales autonómicos. No se puede continuar asfixiando al tejido productivo, dado que no hay estado posible, sin la iniciativa privada.

Volvemos con la justicia y su descrédito. El Tribunal Supremo ha sentenciado sobre la obligación de que el 25% de las clases en Cataluña sean en castellano. Mal asunto, porque ERC se ha apresurado a decir que no respetará el fallo. No es la primera sentencia contra la inmersión lingüística. Desde hace dos décadas vienen sucediéndose cada cuatro o cinco ejercicios. De qué sirven las sentencias, si después partidos supuestamente constitucionalistas, en el marco de sus acuerdos en Cataluña, trabajan por todo lo contrario. Estos mismos mamarrachos son los que en el Ayuntamiento de Barcelona, con la colaboración del PSC, han rechazado hace unos días, homenajear a Cervantes a través de una estatua de Don Quijote y Sancho Panza. ¡Cómo se puede mirar hacia otro lado ante tanta tontería!

Hoy, a expensas del Covid se puede explicar todo en nuestro país: ¿Qué se está desmontando la economía?  No es por culpa de la anquilosada estructura económica de España basada en servicios o por la falta de planificación ¿Qué no se generan las suficientes empresas generadoras de empleo y riqueza? Pues no será por el desmadre de las taifas autonómicas, con las más variopintas y alocadas normativas: es por el virus ¿Que existe cierto, aunque muy contenido malestar en la sociedad? Es por la persistencia del virus chino… Aquí pocos analizan datos, contrastan la información, elaboran alternativas, mientras seguimos acaparando más guisantes. Al gobierno español -el que registra peores datos económicos en toda la Unión Europea, y que sufre el más elevado nivel de endeudamiento, con una inflación desbocada y un gobierno que incapaz de construir unos presupuestos realistas- le interesa encontrar una explicación fácil que sea aceptada con facilidad por millones de españoles que pasamos demasiado tiempo viendo una televisión tan laminadora y aburrida, como mendaz y engañosa. Esta crisis sanitaria y sus funestos miedos que diariamente suministran es la mejor coartada para disimular la absoluta incompetencia de la clase política.

El alma se nos ha congelado. Nuestra cruel indiferencia no es la prueba de que no pasa nada, sino de que todavía no ha pasado lo peor. Se nos ha encallecido el alma. En algunas ocasiones la dignidad se manifiesta con la indignación. Y aquí no se altera nadie, en un alocado ejercicio de no mirar de frente, esperando que venga alguien que nos solucione nuestros problemas. Con tantos guisantes en la cama, siquiera podríamos justificar nuestro pasteleo por una boyante situación económica, dado que estamos inmersos en una crisis sin precedentes. Lo vamos a ver más claro en un corto periodo de tiempo cuando las empresas deban devolver el capital de los créditos ICO, o cuando el banco central europeo ya no acepte adquirir por decreto nuevas emisiones de deuda pública. No pasa nada, seamos resilientes, ya le echaremos la culpa al virus o al cambio climático…