Delirantes energúmenos como Danton o Robespierre, sanguinarios líderes de la Revolución Francesa, enfangaron a Francia en un mar de sangre, en un anárquico imperio del Terror. La guillotina cercenó miles y miles de cabezas, en nombre de la libertad, la fraternidad y la igualdad. La verdad es que iguales sí que los dejaba, nadie lo duda, y demasiados lo constataron. Nunca he comprendido como un periodo tan aciago es el moderno emblema de nuestra vecina nación. Realizo esta histórica referencia por la multitud de seguidores que pululan en la actualidad, en nuestra política y sus medios, emulando a las huestes revolucionarias. Todavía no tienen su guillotina, pero ya laminan cabezas y cerebros con sus medios subvencionados. Por cierto, y como ejemplo, la semana en la que la luz está un 415% más cara que el pasado ejercicio, “La Secta” decidió emitir un especial sobre Franco, que ya hacía más de diez días que no hablaban de él…

Unamuno escribió que está loco el que está solo, o al revés, pero que una locura deja de serlo cuando se hace colectiva. A lo mejor nos encontramos ante el mayor caso de locura colectiva nunca visto. La pasmosa pasividad de la ciudadanía destaca frente a la peligrosa oleada de iluminados, con sus agendas, sus alarmas y sus teatrales y coercitivas emergencias. Es necesario salvar al mundo de los que quieren salvar el mundo. De verdad, o nos liberamos de estos orcos, en el mejor sentido de la palabra “liberación”, o ellos se libran de nosotros en el peor sentido de la expresión, convirtiéndonos irrefrenablemente en daños colaterales de sus alocadas campañas. No es una opinión, es un hecho: jamás hubo tendencia más tolerante y comprensiva con la destrucción planificada que la bondad, la igualdad y la justicia que interpretan los salva mundos. Lo trascendental para estas élites son las ideas que tienen en la cabeza, no las personas que habitan en la distante, incómoda y cruda realidad.

Hablar de estos temas es asunto tabú, lo compruebo semanalmente, porque la incorrección política se castiga con el ostracismo social. Menos mal que todavía no han encontrado presupuesto, que sí ganas, para sus particulares KGB. Tabú es el pavor imperante por llamar a una cosa por su nombre porque nos va a generar una represalia. La principal fábrica de tabúes son los códigos de estilo de los medios de comunicación, con esas tendenciosas y torticeras elucubraciones pseudo-legales que generan “delitos de odio”.

Que en el norte se organiza un homenaje a un asesino de casi 40 personas, pues gobierno y su politizada justicia consideran que no existe enaltecimiento del terrorismo y se abandona a las víctimas. Que el pueblo cubano intenta liberarse de la dictadura comunista, con pérdidas de vidas y represión a mansalva, pues no se habla de Cuba y ya está. Que se indulta a unos corruptos golpistas, para pagar apoyos parlamentarios, pues lo convertimos en un acto de fraternidad y perdón, y decimos que los que cumplen la legalidad son gente sin conciencia, dominados por la venganza. Estos saben que las mentiras repetidas miles de veces, se convierten en verdad. Solo veamos a nuestro presidente Pedro Sánchez y su “impresionante” discurso en las Naciones Unidas de hace unos días.

Nuestro tiempo está caracterizado por la eclosión del democratismo totalitario, es decir, de un régimen aparentemente integrador y amigable que oculta la tiranía mediática de los progres. Estos, todavía, se consideran poseedores de una supuesta superioridad moral, validada por la renuncia constante de la derechita cobarde. Aquí el gran problema es que la agenda progre, con sus vaticinios 2030 ya está bastante alejada de mayo del 68 y su supuesta poesía, ahora no solo se trata de innumerables coincidencias, sino que defienden a capa y espada las tesis del capitalismo más salvaje y su agenda globalizadora. Las ideologías han sucumbido, todo es estética y marketing, y basta con ver los exiguos y muy semejantes programas de unos partidos políticos cada día más carentes de imaginación y creatividad.

Pese a la fuerza del poder y del dinero, pese a su creciente éxito y toma de posiciones, todavía hay resistencia a la laminación cultural. En las últimas décadas, los poderes del Estado se emplean sin freno en ejecutar el programa globalista para esterilizar, desarraigar, aculturar y dividir a las naciones. Todas las organizaciones de lo “políticamente correcto” se han introducido en la administración y han constituido multitud de chiringuitos, estableciendo redes clientelares, financiaciones millonarias, plataformas de pura coacción y verdaderos autos de fe contra cualquier foco de disidencia.

Me da mucho miedo cuando oigo a nuestros creativos políticos vociferando su interés en una Ley de Pandemias. Si como ha demostrado y sentenciado el tribunal constitucional, nuestros gobernantes dinamitaron el principal ordenamiento jurídico de nuestra nación, imaginemos cómo puede ser su legislación. Todo un instrumental coercitivo para aplastar lo que la televisión no haya extirpado del espíritu libre y capacidad de crítica en la ciudadanía. Las personas tendemos a abusar del poder cuando lo tenemos y el político no es que abuse, es que directamente se sienta a fumar un puro en la cúspide de esta regla no escrita. Dotemos a nuestros líderes políticos de armas para restringir libertades en “pandemia” y veremos cómo, antes o después, alteran a la baja el criterio de lo que es una “pandemia” para poder reducir o suspender nuestros derechos legal y arbitrariamente.

El esquema es claro y sencillo, sobre todo bastante sencillo. Si no eres de izquierdas, tienes la mala suerte de ser de derechas, o sea, de ultraderecha; y la ultraderecha debería estar prohibida. Si no aceptas sus delirios sobre el sexo y el género, eres machista u homófobo, y el machismo y la homofobia son delito. Si no te tragas su discurso de cancelación sobre la historia, haces apología del imperialismo, y te conviertes en negacionista. Y así con todo. Lo realmente trágico no es que ya no tengamos derecho a estar en contra de esta locura, ojalá el asunto fuese tan sencillo. El verdadero problema es que quieren arrebatarnos el derecho a ser y estar.

No lo dudes, hay que salvar al mundo de los salva mundos. Estos continúan afilando su guillotina, pero al menos, que no sigan contando con nuestra incomprensible complicidad.