La labor de los medios de comunicación no puede ser la de meros transmisores de las consignas del poder, sino lo contrario: fiscalizar, poner en duda todo lo que el sistema quiere decirnos y dar cabida a todo tipo de opiniones. Estos últimos meses han sido hábilmente aprovechados por el gobierno, para una inusual concentración de poder, que transitoriamente ha difuminado la separación de los tres poderes, y hasta del cuarto… Las redes clientelares vienen de antiguo, pero han sido sutilmente perfeccionadas por casi todos los partidos políticos.

Esto ha generado multitud de decisiones de gobierno, que poco han tenido que ver con la emergencia sanitaria, y mucho con los tributos comprometidos con todos aquellos que han vendido su apoyo, pese a estar absolutamente desvinculados de los intereses de la nación. Se han atribuido mucho poder, posiblemente careciendo de la necesaria formación y experiencia para ejercerlo. Les bastaba con cumplir las directrices de la corrección, es decir, con seguir la línea marcada por su coalición. Se ha comentado en muchas ocasiones, el poder siempre lo acaparan los “mejores”; lo que ocurre es que en los tiempos de la corrección política los “mejores” no han sido los más brillantes, los mejor preparados.

Realmente carecemos de formación política, y existe un patente desinterés por lo público. Lo malo es que lo público somos nosotros, y  somos los que siempre “pagamos el pato”. Ahora basta con suministrar carnaza a una masa indiferente y políticamente muy ingenua. Nos hemos convertido en un singular y patético “homo festivus”, carente de espíritu crítico, y siempre dispuesto a ser aparentemente solidario y sumiso a cambio de unas migajas de “nuestro” pastel. Hoy, hundidas las ideologías, carentes de programas, es solamente la ambición de unos “dirigentes” políticos y los mecanismos técnicos de promoción, marketing y publicidad lo que alimenta el sistema. Y eso es peligroso porque el político, evidentemente, no se cree sus vacías consignas y sus comerciales mensajes, pero lo de nosotros, como ciudadanía, tiene difícil explicación.

La historia nos enseña que el ser humano tiende a acaparar poder y luego tiende a abusar del mismo. Ya se encargará la amnesia colectiva para ver todo de color de rosa, cosa que poco tiene que ver con el necesario optimismo. Y si no fuera así, siempre tenemos al Sr. Tezanos y su imaginativo CIS para abrir el marco de que la única verdad es la que viene de fuentes oficiales y que el resto de información es parcial. Es muy difícil desarrollar un proyecto común sin lealtad y responsabilidad por parte de quienes han de llevarlo a cabo. Lo mismo sucede con cada nación. Un proyecto comunitario viable exige que cada ciudadano asuma y acepte el papel que le corresponde, según sus capacidades y méritos. Si continuamos esperando que sean otros quienes asuman la responsabilidad, no existe ninguna posibilidad de cambio. Y no estoy hablando de depositar un papel en una triste urna cada cuatro años.

Esta gente, o sus carísimos y numerosos asesores, maneja brillantemente los tiempos. Es posible que dentro de unas semanas nos inunden con triunfales mensajes con relación a la derrota sobre la pandemia. A medida que vaya remitiendo esta situación, veremos a gobiernos central y autonómicos celebrar el día de la «victoria» por todo lo alto. Atrás intentarán que queden los miles de fallecidos y el colapso económico. Y nada de mentar la criminal imprevisión y la frivolidad que potenciaron la catástrofe— de tantos incapaces con cargo público. El virus ya nos ha derrotado pues ha mermado nuestra sociedad y ha bloqueado nuestra economía. El virus se irá, porque todas las epidemias remiten, como pasan los carros de combate por un país ya dominado. Y, desde luego, pasará este maldito virus, al que ningún gobierno fundamentalmente preocupados por las encuestas derrotará, sino la ciencia, la estrategia y la previsión. Justo todo de lo que tanto carecemos en estos momentos.

Cuidado ahora con las primeras medidas. Aquí nos la jugamos, porque una cosa es disponer con pólvora del Rey, y otra ser consciente de recursos y capacidades. No se trata de discurso político, sino de sólida estrategia a largo plazo. Una cosa es implantar los escudos sociales que requiere una excepcional situación como la actual, y otra continuar incrementando esas redes clientelares, que tanto les gustan a los políticos, para perpetuarse en la poltrona. ¿Es necesario subvencionar a la ciudadanía? Sí, sin duda. Para empezar, porque no va a quedar más remedio: vivimos una situación excepcional, siendo el Estado quien ordenó la paralización de toda actividad no esencial; por lo tanto, de alguna manera tendrá que compensar, pero este gasto necesario no debe ser a perpetuidad, ni debe acostumbrar a la ciudadanía a ninguna dependencia. El sentido común nos dice que no hay mejor protección social que garantizar los empleos.

¿Quieren hacer algo por la gente? Bonifiquen los intereses de los créditos, alivien las hipotecas, supriman impuestos y tasas a los autónomos y a las PYMES. Permitan que nos busquemos la vida, que sigamos generando empleo y riqueza. ¿Quieren ayudar a la gente? Pues fomentemos los necesarios valores, para que sean personas independientes, sobrias, duras, trabajadoras, para que se valgan por sí mismas, sean dueñas de su voluntad y de su destino y desdeñen sus engañosas ayudas. ¿Quieren elevar el nivel de vida de la población? Valoren el mérito y no degraden la enseñanza primando la inversión de los valores y bajando el nivel hasta mínimos risibles. Fomenten la familia y la natalidad, enseñen a los jóvenes que la vida exige sacrificios y que hay que aceptarlos para que la sociedad a la que todos pertenecemos siga existiendo. Eso es ciudadanía, esos son ciudadanos.

Ya lo apuntaba el genial Chesterton: Hasta donde hemos perdido la creencia hemos perdido la razón…

Luis Nantón

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