De siempre, desde muy joven, los libros han jalonado toda mi andadura. Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento para D. Luis, venerable sacerdote que abrió plenamente las puertas de la pequeña, pero repleta de vitalidad, biblioteca del colegio salesiano de Las Palmas. Hombre de una carismática humildad, parco en palabras, intentó infundirme el ansia de saber, pese a que ya desde temprana edad “chocábamos”, siempre con el necesario respeto, sobre la importancia del antiguo testamento en la Iglesia Católica. Algo inocentemente le exponía que el Genesis y el Cantar de los Cantares, de elevado valor simbólico, son un tratado sobre las controvertidas historias de un pueblo de Oriente Medio, al que poca importancia le concedo. De hecho, yo le indicaba, y él sonreía, era un pesado lastre para la Iglesia, el asumir el Viejo Testamento que nada tenía que ver con nuestra comunidad. Menos mal, que la romanización y la aportación de sangre nueva en los siglos de la Alta Edad Media, trocó al cristianismo primitivo en catolicismo, europeizándolo. El se limitaba a sonreír, algo que no pude hacer yo cuando intenté ver la entrevista de Jordi Evole a Bergoglio. Estoy convencido de que ya no tenemos un sumo pontífice, un puente entre lo divino y lo humano, sino un político, un moderno gestor con ideas propias, que lee cada día la prensa y que oscila como una caña al viento: ahora toca humanismo, ahora toca progresismo, ahora ecumenismo a mansalva, ahora inmigracionismo… Ya no es Roma, capital espiritual, la que dicta la ética, la moral y el comportamiento, sino la ONU en sus boletines, nuevo credo y nuevos dogmas.

Una de esas lecturas capitales fue, sin duda, “Hiperión, o el eremita en Grecia” de Hölderlin. Fue la primera expresión literaria de la amistad, que forjó con la dureza del acero, como pienso, como estructuro, como vivifico la amistad. El mundo sería diferente si existiera una amistad, inter pares, que fomentara la responsabilidad, el respeto y la armonía con quienes nos rodean, con lo que nos rodea. “Ser uno con el todo es la vida de la divinidad, es el cielo del ser humano…”, no hay mayor armonía. Ahora, percibo que poca gente entiende la transparente relación entre Diotima e Hiperión, pero seguro que la que no entienden, siquiera pueden concebir, es la viril relación existente entre Belarmino y nuestro eremita.

Hace unas semanas disfruté enormemente, y en maravillosa compañía,  en el Auditorio Alfredo Kraus, con el espectacular poema sinfónico “Así habló Zaratustra” de Richard Strauss, en una magistral interpretación de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, dirigida de forma sublime por el Maestro Chichon. Se vibra con esta música, al igual que con la lectura del texto homónimo de Nietzche. Comento esto porque ambos genios, ambos iluminados a quienes los Dioses les dieron mucho más que lo que pudieron digerir, se recrearon con la lectura y el estudio de Píndaro, mágico poeta, hierofante de lejanos y olvidados tiempos.

“Mirémonos de frente. Somos hiperbóreos, y sabemos bastante bien cuán aparte vivimos. Ni por tierra ni por mar encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos, Píndaro ya sabía esto de nosotros. Más allá del septentrión, de los hielos, de la muerte, se encuentra nuestra vida, nuestra felicidad…Nosotros hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hallamos la salida de muchos milenios de laberinto. ¿Quién más la encontró? ¿Acaso el hombre moderno? Yo no sé ni salir ni entrar; yo soy todo lo que no sabe ni salir ni entrar, así suspira el hombre moderno…”

Estudio de Píndaro

Siempre hay una búsqueda, y esa búsqueda que supone la experiencia de la vida, transcurre mucho mejor con el apoyo de un amigo, de un camarada. Si lo tienes, valóralo y cuídalo. A estas alturas de mi vida disfruto de la certeza irrefutable de que los amigos y el amor son indispensables en la vida. Muy posiblemente el amor y la amistad sean exactamente lo mismo, salvo por todo lo relacionado al sexo. Cicerón lo deja perfectamente claro en su tratado de la amistad, sobre todo cuando se trata del hombre virtuoso, dado que es este quien puede conocer la verdadera amistad. Amar y ser amado por alguien digno, superior, te engrandece y dignifica como pocas experiencias en el mundo. La fidelidad a las ideas, ser consecuente con las creencias, la lealtad sin fisuras para con los tuyos, y especialmente para tu camino. Eso es parte de la amistad y por eso nos miramos de frente, como hiperbóreos; no ya originarios de las míticas tierras del norte, sino los que se unen por los férreos lazos de la amistad, y se sienten diferentes. Ahora que la vida te va arrebatando sutilmente muchas cosas innecesarias, ahora que el tiempo transcurre con una creciente velocidad, me doy cuenta de que mis amigos suponen un óptimo balance, una pequeña prueba de que a lo mejor no lo habré hecho tan mal todo.

Y ya que hablamos de balances, tan importante, en la explotación de la experiencia, son los amigos, como los enemigos. De hecho, a estos últimos, y de forma poco comprensible los tenemos siempre más estúpidamente presentes. De igual manera que solo nos equivocamos los que afrontamos los retos, los que tomamos decisiones, resulta muy difícil no dejar cadáveres en la cuneta, de todo tipo y condición. Tan cierto, como que también hemos jalonado el camino con infinidad de derrotas, donde no hemos salido bien parados. Al menos, que tengamos la mínima inteligencia para aprender de los errores, y a esto siempre nos ayudan, y de forma natural y desinteresada, nuestros enemigos. Por eso, no puedo disimular mi sonrisa cuando alguien se enorgullece de carecer de enemigos. Cuando la vida es intensa, cuando se vive como potente y finita experiencia, resulta muy difícil que todos te quieran.

Sean estas líneas un ínfimo tributo a mis amigos, sean mis palabras un sincero homenaje a la amistad, a la Amistad con mayúsculas, la que día a día se vertebra como ALMA de la vida. Alma forjada en la amistad y el amor. Para terminar, las contundentes palabras del acerado reaccionario Gómez Dávila: “El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el Alma”.

Luis Nantón Díaz