Sin demérito de los mitos inmortales, sin olvidar que desde joven estoy absolutamente abducido por “El anillo del nibelungo” de Richard Wagner, resulta contrastado que siempre existe un objeto de poder, que se refleja en todas las tradiciones. En el drama wagneriano es el oro, y recurriendo a un ejemplo más moderno “El Señor de los Anillos”, toda la intensa trama esta centrada en la joya de poder que portaba el tenebroso Sauron. Al igual que en la mayoría de las epopeyas, de casi todos los mitos, en el impresionante texto de J.R.R Tolkien tiende a hablar de nosotros mismos y quizá por eso nos impresiona tanto. Encuentro múltiples parecidos a lo que vislumbramos como nuestra realidad actual: «Un Anillo para encontrarlos, para atraerlos a todos y atarlos en las Tinieblas, en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras». Si esto es así como expongo la pregunta es ¿dónde está el anillo? ¿Realmente qué simboliza el anillo?

En el presente no es una poderosa alianza, no es el oro que todo lo domina, mucho menos es una “cortina de humo”, no: lo que hoy estamos viendo imponerse es una especie de credo secularizado, una religión universal de sustitución, una suerte de fe ciega que aspira a apoderarse de los cuerpos y las almas. Y lo está consiguiendo, gracias a la omnipresente televisión, y las redes sociales. Tanto por la persuasión como por la fuerza del miedo. Violencia de género, emergencia climática, pandemias etc. Esos son, de momento, los nombres del nuevo credo.

Una gran mujer, a la que le rindo sincero tributo en estas líneas por su sagacidad, fina inteligencia y sobre todo paciencia, para intentar entender mis reflexiones, se está enfrentando a “La decadencia de Occidente” de Oswald Spengler. Posiblemente esto conlleve que jamás vuelva a dirigirme la palabra, y lo tengo merecido, pero también me ha permitido recuperar parte de los axiomas que transmite esta obra monumental. Con hipócrita disculpa hacia los modernos méritos de Francis Fukuyama (El fin de la historia y el último hombre) Spengler desarrolla un procedimiento de predicción de acontecimientos futuros, en base a un atento y detenido análisis de los acontecimientos históricos. Si la aborrecible, laminadora e injusta ley de la memoria histórica lo permitiera, obtendríamos una enormidad de lecciones para el presente, por qué la ley de la memoria histórica lo impide simplemente analizando los acontecimientos del último siglo. Es una frase tan manida, que nadie se lo cree, pero la historia siempre se repite, siempre.

El objetivo es sencillo y, a mi entender, más aterrador que los orcos de Mordor: una ideología global, una única fe, una “religión verdadera” que se extienda sobre las conciencias en nombre, por supuesto, de nuestra redención. Porque eso era lo que se precisaba, ¿no? Un nuevo horizonte apto para todos los pueblos, todas las naciones, todas las culturas. Hemos sufrido guerras de religión, enfrentamientos por la lucha de clases… siempre opresores y oprimidos y te percatas que es más “cómodo” destruir que crear, es mejor alinear enemigos que aliados. El nuevo anillo, es un nuevo enfrentamiento, nuevos objetivos a batir.

Estamos inconscientemente inmersos en un proceso de transformación y sustitución. Expertos en ingeniería social, increíbles artífices en neuromarketing y moldeadores de opinión trabajan incansablemente para armar nuevas luchas universales que trascendieran las viejas  fronteras de las naciones y las identidades culturales, siempre tan molestas. No hemos sido nosotros quien las inventó, no: ha sido el sistema el que ha definido estos nuevos cismas, tanto más universales y transversales cuanto más abstractos. Nuevas guerras, nuevas religiones. Con el cambio climático, en tres días han organizado una verdadera “revolución mediática”. El profeta de la iglesia de la “calentologia” es el ex-vicepresidente useño Al Gore, el “millonario del carbono” quien vapulea los recursos de la ONU a su antojo. Su moderna mesias es Greta, quien nos marca a los pecadores y determina la via de redención. Una religión para la época de la muerte de las religiones.

Una nueva Fe, ¡hablemos ahora de la nueva guerra! El gratuito enfrentamiento de los hombres frente a las mujeres, de las mujeres frente a los hombres. Los pijos progres de la izquierda buscaban desesperadamente nuevos sujetos revolucionarios desde la desaparición del proletariado. Probaron con las minorías y con los pueblos oprimidos, pero estos tienen el inconveniente de que la revolución termina, y con resultados siempre contradictorios. En cambio, la guerra de sexos no terminará nunca, pues siempre habrá contendientes a los que enfrentar, personajes para construir un relato interminable, infinito, que siembre la semilla de la discordia en nuestros corazones.

Y como en todas las épocas, tal y como afirmaba Spengler, y pese al relativismo moderno, se “cocina” una nueva verdad. La verdad y sus dogmas. Viperinas tablas de la ley, forjadas en redes sociales,  que hay que aceptar en su conjunto, toda disidencia queda necesariamente convertida en estigma, en transgresión, en culpa. Discrepar no es un error, es un pecado, un pecado mortal. El individuo descreído no es alguien que esté equivocado, es un infiel, un vil apóstata que debe ser eliminado de nuestra comunidad. Tal y como ocurría en otros tiempos, vuelve a imponerse la santa simplicidad, y contemplaremos la muerte social del irredento, en los calcinantes fuegos de la televisión. En efecto, la potencia emocional de la Verdad revelada es tan intensa que sólo un mal ciudadano —machista, racista, reaccionario, etc.— puede exonerarse de sus infinitas bondades. Son miles los científicos que discrepan de los alarmantes análisis de los estamentos supranacionales en relación al cambio climático, pero de inmediato se les retira tal condición, porque ¿cómo puede seguir llamándose científico alguien que no reconoce la “verdad científica”? Son miles de abogados que estiman que nuestra legislación sobre violencia de género es sustancialmente injusta, pero de inmediato son tachados de arcaicos, o “enemigos de las mujeres”.

No se debe disentir de la ortodoxia. Debes anestesiar tus neuronas con una buena dosis de “información”, y evitar la cultura que te permite comparar, pensar y elegir libremente. Esta carga verdaderamente espiritual podría inducirte a ser un mefistofélico “negacionista”. Renegar la verdad suprema del clima o el catecismo de las políticas de género es una actitud propiamente diabólica, merecedora de las más severas condenas: el silencio, el despido, y si es necesario el procesamiento penal.

Para castigar a los infractores, la clase dirigente, que utiliza organismos internacionales como pantalla para aplicar cómodamente sus estrategias de ingeniería social, dispone de varias herramientas. Una de las más importantes es un ordenamiento jurídico impuesto por organizaciones que nadie elige, y nadie controla. El esperpento de la ONU esta muy contrastado, y los europeos, como añadido,  sufrimos desde hace décadas, la asfixiante normativa de Bruselas encaminadas a la desaparición de Europa, de la vieja Europa y su cultura, tradiciones y población.

En estas líneas, ahora que todavía el anillo no ha llegado a su origen, abogo por el sentido común, por terminar de crear falsos debates e inocuos «conflictos» que no abordan lo esencial de nuestro tiempo: la emancipación de los pueblos frente a una elite del dinero, que como “el ojo que todo lo ve” continúa avanzando en sus estrategias de globalización. Seguro que aprovecharan las “alarmas climáticas” para nuevas políticas de “austeridad”, que conllevaran, al igual que siempre, un progresivo empobrecimiento económico y social. Todavía estamos a tiempo. El tiempo del sentido común.

 

Luis Miguel Nantón

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