De siempre me ha fascinado la lectura, mágica herramienta que me ha permitido transitar libremente entre los pensamientos e ideales más elevados, entre conflictos bélicos y juegos diplomáticos, y entre las luces y las sombras de la historia. Estoy convencido que ahora existe una menor afición a la lectura, porque se carece de la capacidad de soñar, de la potestad de imaginar. Cuando desde infantes, nos adocenamos con elucubraciones y pensamientos prestablecidos, el cerebro se acomoda a digerir con lo que otros diseñan, y se fomenta la total ausencia de capacidad crítica…y eso supone desdeñar la libertad…

Un personaje que desde mi adolescencia capturo mi interés, y este se fue incrementando con el discurrir de los años, fue Domingo Francisco Jorge Badia y Leblich, nacido en 1767 en Barcelona y, posiblemente asesinado en Damasco en 1818. Estamos hablando del enigmático Ali Bey el-Abbasi. Imaginen mi grata sorpresa cuando visitando en Loja a una familia de grandes amigos, a una familia que siento como mía, me encuentro con un retrato de este extraordinario aventurero. Pregunté y con absoluta naturalidad me respondieron que era el retrato del “tito moro”. Ellos se sorprendieron, casi tanto como yo, porque pudiera reconocer el lienzo, y referenciar las trepidantes aventuras de Ali Bey, sobre todo al constatar que eran familia directa.

Los viajes de Ali Bey, las peripecias de Domingo Badia son sencillamente deslumbrantes. Desde sus fracasos mercantiles, pasando por sus éxitos y desventuras como alto funcionario del estado, no hay un capitulo sin desperdicio. Accedan a la información sobre sus viajes por Africa y Asia, desbordantes de nutrida documentación de primera mano. Realizando gestiones para el gobierno, le falto el “canto de un duro” para acceder al sultanato de Marruecos, sin olvidar su deambular como Caballero Cruzado del Santo Sepulcro. Sus días terminaron en Damasco, envenenado por agentes británicos, tras ser detectada la última misión encargada por Luis XVIII de Francia.

Como les decía, esta y otras tantas conversaciones se han desarrollado en Granada, en Loja, disfrutando de la impagable hospitalidad de una familia muy especial. Personas francas, nobles y sencillas, que han vivificado en su día a día, un bagaje genealógico realmente deslumbrante. Las dos ramas de este linaje se cruzan, manteniendo a Loja como epicentro de su desarrollo. Un monumento emblemático de este municipio granadino es la capilla del enterramiento del General Narváez, que en su día estaba rodeado por las imponentes tapias del desaparecido convento de Santa Cruz de Franciscanos. Ramon Maria Narváez y Campos, al igual que Ali Bey también es un ascendiente directo de nuestra familia. Muchas de las conversaciones de las que plácidamente he disfrutado en estos años, han sido en su Casería de Consuelo, finca que lleva el nombre de la única hija de Narváez, el principal defensor de la política isabelina en el siglo XIX, siendo varias veces presidente del gobierno, y líder absoluto del partido moderado.

La bisabuela de mi querida y respetada anfitriona fue Maria de la Concepción Fernandez de Córdoba y Campos, casada con otro protagonista del sexenio democrático y de la restauración, me refiero a Carlos Marfiori y Callejas, Marques de Loja, alcalde de Madrid y Ministro de Ultramar…casi nadie. Pero si antes hacíamos referencia a las dos ramas de ascendientes, no podemos olvidar a los del Rosal, con una sustancial primera cita a la Alcaidesa de Granada en el siglo XVII, Clara del Rosal y de Alarcón, cónyuge de Pedro de Tapia Madrigal, uno de los más importantes patrocinadores del siglo de oro español, incluso citados por Cervantes en su Viaje al Parnaso.

Pero es imposible no percatarse del apellido de nuestra alcaidesa: Fernandez de Cordoba. Son muchas las historias, son diversas las biografías, pero todas palidecen al ser comparadas con la inmortal figura de Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, denominado por su excelencia en la guerra el Gran Capitán. Este preclaro servidor de los Reyes Católicos alcanzo la gloria como Capitán general de los reales ejércitos de Castilla y Aragón, protagonizando batallas tan significativas como Atella, Ostia, Cefalonia, Ceriñola o Garellano.

En mi viaje anterior, mientras departía con mis anfitriones, con esta familia tan especial, pasé toda una maravillosa jornada leyendo cartas manuscritas de un familiar, coronel en Cuba de un Regimiento de Caballería, donde se despedía de su familia en España, dado que a la jornada siguiente debía dirigir un ataque contra los insurgentes mambises. El respeto hacia el enemigo a combatir, y el cumplimiento sin fisuras del deber, desbordaba línea a línea todo el escrito. Solo es necesario rememorar, para tener clara conciencia del peligro a afrontar, lo que suponían las violentas cargas al machete de los jinetes de Máximo Gómez.

Pero las familias, especiales, o no tanto, porque todas lo son, se enfrentan a peligros más singulares que el machete. El proyecto totalitario y globalizador aboga por la sistemática demolición de la institución familiar y el fomento del desierto demográfico. La familia es un elemento clave en la continuidad de las tradiciones espirituales, sociales y hasta políticas, en la renovación de un sentimiento de lealtades compartidas que implica también un conjunto de valores comunes que se plasman en una forma de vida. El progresismo radical desea aniquilar todo esto y convertir al europeo en una simple unidad productiva y de consumo, sin más lazos que los de una legalidad abstracta y los de la pertenencia a un precario mercado laboral. A esta destrucción de los atributos básicos de la identidad particular y social se añade ahora la anulación del sexo, sustituido por el género, factor último de aniquilación de todo orden natural.

Ali Bey, Narváez, Marfiori o el Gran Capitán son parte de un bagaje esplendido, no solo de esta familia, sino de toda nuestra historia común. Edades de oro y periodos oscuros, todo tiene sus luces y sus sombras, como en las familias, por eso resulta indispensable el aprender, el recordar, el conocer, para poder decidir y pensar libremente.

No renuncies a sanas, sosegadas e instructivas tertulias como las vividas en las noches de Loja, porque todos tenemos abuelos que escuchar, todos tenemos linaje, vivencias y recuerdos que enaltecer y preservar. Sencillamente son nuestros, son parte de nosotros mismos. No lo olvides.

Luis Nantón

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