Empezamos el año 2022 con el incesante y peligroso concurso de qué mandatario destaca más por su último exabrupto, descalificación o desvarío totalitario. El problema, y estimo es un problema extremadamente real, es que poco a poco nos van acostumbrando a idioteces con rango de ley, cuyo único fundamento es el recorte de libertades. Rápidamente nos hemos habituado a que, para tomarnos un café, o poder ir al cine, tengamos que presentar un certificado que no sirve absolutamente para nada, salvo para generar enfrentamientos entre la ciudadanía, segregaciones inútiles, y costes y responsabilidades gratuitas para el tejido empresarial. Esto es un aperitivo, una burda aclimatación, para que un día, para comprar lechugas en el mercado, tengan que verificar que hemos liquidado el 3º trimestre del enésimo impuesto, o que para poder disfrutar del transporte público puedan chequear que “libremente” utilizaste la papeleta adecuada en las últimas elecciones.

Empezamos el año 2022 con las declaraciones de todo un presidente de la República Francesa determinando que quiere “joder” a unos cuantos millones de franceses que libremente han decidido  optar por no vacunarse. Millones de franceses, que como en muchos países, son personas que no afectan en nada, absolutamente en nada, las decisiones que han adoptado otras personas. El maremágnum se ha centrado en las palabras utilizadas por el mandatario, lo cual no es lo realmente importante. Lo peligroso es cuando Macron determina que estas personas no son ciudadanos, no tienen el derecho a la ciudadanía, en base a que él lo determina, y es el macho de las cañadas… En cualquier estado democrático que se precie, no se le quita la condición de ciudadano a nadie, porque es lo que te infiere estatus jurídico. Siquiera a los más peligrosos, confesos y violentos delincuentes. ¡Y este pollo, que hace bueno hasta a su “Sanchidad!, de golpe y porrazo nos convierte en vasallos, en súbditos. Bueno, ahora que lo pienso, hasta se trata de un alarde de sinceridad que es de agradecer, dado que es así como nos ven y consideran los políticos…, como tristes, serviles y patéticos vasallos.

Por favor, no se crean nada de lo que aquí leen, mucho menos de lo que se vierte por la televisión. Vayan a las fuentes, discriminen datos, comparen estadísticas, ejerzan el maravilloso derecho a pensar libremente, a tener criterio propio. Merece la pena intentarlo. Tendremos errores, pero serán nuestros errores, y de ellos podremos continuar aprendiendo, comparando, deliberando. Este circo se ha convertido en un auténtico aquelarre, en una cuestión de devoción de bajo nivel. Los códigos de la pandemia y de las restricciones ya no operan en el terreno del pensamiento lógico sino en el de lo místico. Y por ello ni es algo racional ni se puede resolver desde lo racional. Les da lo mismo, por ejemplo, que se haya demostrado por enésima vez la inutilidad de la mascarilla en exteriores. Esto supera la frontera de lo científico para adentrarse en el terreno de lo político. El bozal es algo cuya imposición, cuya normativa, ofrece la falsa apariencia de que los que mandan hacen algo útil, y que por otro lado, nos recuerda minuto a minuto que estamos inmersos en una situación de terror y tenemos que tener cuidado. Curiosamente hay ciudadanos que creen que sufrir protege, que la tristeza redime y que ponerse una mascarilla, de algún modo, implica un compromiso activo, una lucha del hombre frente a la adversidad que nos ha tocado. O que nos han impuesto.

Los que mandan, los de siempre, tienen como objetivo el separarnos. Si la población adquiere criterio y se actúa de forma unitaria, se acaba el negocio. Por ello nos quieren separados, desunidos, enfrentados. Y esto es como las islas Malvinas para la Junta Militar, hay que crear enemigos externos que disimulen su incapacidad para resolver problemas, para tapar  su responsabilidad en la nefasta gestión que los poderes públicos están desarrollando. Con los no vacunados disimulan sus habituales incoherencias, 17 navidades y veranos distintos, horarios alocados, semáforos multicolores en variopintas fases a determinar semanalmente, a veces la mascarilla ayuda y otras no, antes no convenía vacunar niños y ahora son el objetivo.

Frente a todo esto, solo podemos oponer el coraje de una sociedad con conciencia de sí misma y de su destino. Aceptamos resignadamente ir con mascarilla por la calle y quitárnosla al acceder al bar, como quien besa una estampita de San Judas Tadeo. Vendimos nuestro futuro a unos expertos que no existen solo porque preferimos mantener una fe irracional en unas medidas que no funcionan antes que tener el arrojo de afrontar la situación, de abandonar la dinámica del miedo, y de aportar soluciones. Si riegas de millones a los medios para que lancen constantes e irracionales mensajes de miedo, tendremos miedo. Esta es una ola de positivos, con menor incidencia hospitalaria que no se expone como merece. Queremos generar terror, para que nuestros vasallos se muestren sumisos, pues para eso realizamos compulsivamente miles y miles de pruebas. Si aumentamos la frecuencia, tenemos más positivos. Que estén enfermos de algo, o que tengan una simple gripe es otra cosa, pero eso no importa. Solo nos hace falta publicar incesantemente los miles y miles de positivos. Nos interesa el pavor para que nuestros lacayos no nos molesten, y agradecidos en sus sofás, sigan aguantando una situación que lo miremos, como lo miremos, es a todas luces insostenible.

Todos mantenemos nuestra perspectiva, un relato que mezcla conocimiento, información, rumores y experiencia. Prueba de que no nos basamos en hechos objetivos sino en opiniones. Por supuesto, hay que respetar las creencias de la gente y sus dudas y miedos. Al fin y al cabo, también hay gente que cree en el horóscopo o, mucho peor, en los parabienes de la globalización. Pero esto va subiendo el nivel, y resulta inconcebible que se permita limitar y suspender derechos fundamentales solo porque un político lo pide sin ninguna base legal ni científica. Si nadie lo para, esto va a terminar mal. Estamos llegando a puntos muy peligrosos y lo que está en juego no es solo la integridad mental del personal. Debemos esperar un invierno calentito, porque lo que esta en juego es la libertad, los irrenunciables derechos de la ciudadanía. Para nada quiero que me impongan ninguna nueva esclavitud, por muy presuntamente segura, calentita y confortable que resulte. Recordemos nuevamente a Seneca: “No hacemos las cosas porque son difíciles; son difíciles porque no nos atrevemos”.