Tal y como se desarrolla el curso político, son muchos los ciudadanos que nos preguntamos si sus “profesionales” deberían superar un test neurológico para dilucidar si sufren alguno de esos síndromes con extraños nombres a los que nos tienen acostumbrados los científicos. He buceado por variopintos estudios sobre cuál de estas patologías podría encajar en la personalidad de nuestro amado líder supremo. La verdad es que las denominaciones no son fundamentales, el problema son los estragos que causa la dolencia, y son verdaderamente brutales, lo malo es que los sufrimos los demás.

Su Sanchidad es el mejor referente de la adicción al poder, es, sin duda, el mejor de los ejemplos…y además carente de escrúpulos. Por eso le obsesionan los “bulos”, mientras más increíbles, mucho mejor. La mentira es el desprecio al otro y cuando ese desprecio se convierte en ecosistema de lo político, la democracia –un sistema de opinión sustentado en la confianza– no puede subsistir. La mentira como norma rompe y desvirtúa el pacto social y degenera la democracia en demagogia. Hay días en que el sufrido espectador, que ya no cree en “los pajaritos preñados”, siente vergüenza ajena. La censura, además, con su conclusiva e inquebrantable adhesión al líder, conduce a la sumisión más bovina de profesionales y empresas que sustituyen la libertad de información y de expresión por la mera supervivencia.

Los generadores de relatos son auténticos expertos en “bulomarketing”. Son experimentados manipuladores que le prenden fuego a las calles, generan trifulcas y disturbios, y después le sueltan el muerto a un tercero. Los más apasionados impulsores de las leyes antibulos suelen ser bastante amantes de los bulos, son auténticos expertos de la mentira. No lo dudes, no piensan luchar contra los embustes, lo que ansían es etiquetar como bulo a todo lo que les lleva la contraria y después empezar a perseguirlo. Seríamos francamente torpes, para no percatarnos de que cuando es el gobierno el que dice lo que es verdad y lo que no, todo lo que dice la oposición pasa a ser mentira y todo lo que dice el gobierno pasa a ser indiscutible. Por eso, les apasiona el “diseño” de relatos, el pensamiento único, y no han creado un Ministerio de la Verdad, porque ya tienen colocados a casi todos los coleguitas. 

Hablemos claro. Cuando sufrimos una situación donde todo lo que dice el gobierno resulta incuestionable, es que estamos sojuzgados por una tiranía. Lo mismo ocurre cuando no se puede debatir sobre historia, y nos enfrentamos a dogmas, dogmas sostenidos por comités de expertos, que generalmente no existen. Pero todavía no estamos en ese punto, todavía no hemos llegado, aunque pisan el acelerador con fuerza. Pero sí es el momento de advertir que vamos hacia esa peligrosa y asfixiante situación, y por ello es más necesario que nunca denunciar los infundios y camelos de los que nos oprimen.

Un ejemplo de cómo le dan la vuelta a todo los ventiladores de fango de Moncloa es el concierto catalán. Esta nueva e ilegal chapuza legislativa es la herramienta con la que los separatistas catalanes han pactado con el PSOE quedarse con la totalidad de los ingresos, pero que el pasivo, el gasto público, lo siga liquidando el gobierno central. Es decir, todos nosotros, los “paganinis” de siempre. Que una comunidad rica aporte menos de lo que le corresponde a cambio de 14 votos para mantener a Sánchez no es una medida muy progresista, así que su Sanchidad nos altera el relato, nos “hinca” un bulo, nos vende una moto de esas que tanto le gustan. La moto es que el problema no es sacar a Cataluña de la actual distribución, sino los bajos impuestos de Madrid. Todas las autonomías, cacarean ahora, tienen que liquidar impuestos más altos para pagar las bajadas impositivas de los ricos de Madrid. En definitiva, no hay problema con el último chantaje de los “indepes” catalanes, hay que mirar para Madrid que hay mucho fascista enriquecido.

Hace unos días, nuestro Gran Timonel  convocó a los medios de comunicación a una rueda de prensa presidencial. Pedro Sánchez anunció una serie de medidas que, en palabras suyas, tienen las metas: “competitividad económica, dignidad laboral, estado del bienestar, vivienda, paz e igualdad”. Lleva seis años con la misma cantinela, pero los problemas aumentan, y las soluciones no se vislumbran. A lo mejor podría pensar, algún día, en no quitarle tanto dinero a la gente. En los últimos cuatro ejercicios la presión fiscal ha aumentado más de un 30% y nos está reventando lentamente a todos.

Con menos impuestos la economía es más dinámica y se incentiva el consumo; si la economía es más dinámica y hay más consumo, hay más empleo y crecimiento, y si hay más empleo y crecimiento se recauda más. Hasta un podemita podría entenderlo: No es comprensible apostar por un gobierno que se mama la mitad de una tarta de un kilo en vez de uno que se quede con un tercio de una tarta de kilo y medio. En ambos casos el gobierno tiene medio kilo de postre, pero en el segundo a la gente le queda un kilo en vez de sólo medio. La clave de un buen gobierno es que permita que todos tengamos. Sólo para arrebatar un trozo sirve casi cualquiera. Me temo, como con las pensiones, que la tarta hace ya años que se la han zampado y no quedan ni migajas.

Por eso diseñan y expanden cada día más relatos. Económicamente ya se entra en clase alta si se cobra un modesto salario, lo atestiguan las tablas de retenciones y las absurdas estadísticas que no reflejan la pauperización de la clase media. Pretenden que creamos que hay más gente de alta capacidad económica con respecto a las cifras reales. Por eso nos vacilan con éxitos económicos inexistentes, sustentados en datos manipulados y en ocultar todo lo relacionado con la economía real. La pérdida de empleo es patente, la incapacidad de obtener una vivienda está contrastada, la disminución de poder adquisitivo es más que apremiante. No vamos como un cohete, o el cohete está cayendo…

Conservadores y progres tienen dos cosas en común: les encanta el opresor donut de colorines de la agenda 2030 y ambos defienden el mismo tipo de “relatos”. Uno de esos “cuentos” es que estiman que todos los problemas tienen solución. Mantienen ligeras diferencias en la receta a aplicar, que para unos consistirá en la vuelta a un pasado idílico y, para otros, en el avance hacia un futuro idealizado. Finalmente ligeras diferencias, para converger en el mismo procedimiento: identificación partidista de la situación, diagnóstico erróneo, irresponsable definición de alternativas, defensa de postulados inconsistentes e implantación de políticas inútiles. 

Este círculo de los relatos, esta élite de adictos al poder, crece sobre la apatía, la narcotización, la atomización de una sociedad que no se percibe a sí misma. Ambas corrientes, las antiguas izquierdas y derechas, defienden el mismo poder globalista y su interminable catecismo de relatos. Estos enfermos del poder siempre empiezan por el final, porque ya tienen decidido lo que hay que hacer, así que todo lo anterior, el relato, solo sirve para justificarlo.

Luis Nantón Díaz