Un tablero de ajedrez es una muestra ilimitada de capacidades, estrategias y decisiones, con el exponencial multiplicador de la personalidad de los jugadores. Pero para mucha gente, es un trozo de madera con cuadraditos de dos colores, donde hay piezas blancas y negras. Como casi todo en la vida, las cosas son algo más complejas.

En el actual tablero de la política nacional tenemos dos tipos de peones. Unos progresistas, de izquierdas, formados, comprensivos y ecosostenibles, que siempre cuentan con la superioridad moral, y no hace falta definir a los otros, son los malos, los de la ultraderecha. Nadie analiza cuál es su pensamiento, su visión del mundo, su estrategia ni sus acciones. Se trata de imponer la malsonante y gratuita etiqueta a todo aquel que no se subordine a mi relato, a mi mandato y a mis designios. El tema es sencillo, unos son buenos por naturaleza y los otros están deshumanizados, no son personas porque son reaccionarios. Sencillamente no cuentan y deben ser eliminados.

No importa si los hechos de los “buenos” no son para sentirse orgulloso. No importa si el país está en la ruina económica, si tenemos cotas de desempleo siderales, si han eliminado la igualdad jurídica, si han creado una red clientelar gigantesca para mantener a los suyos, si se persigue a los autónomos y a las pequeñas y medianas empresas, si tenemos una guillotina fiscal insaciable… La lista es larga. En cambio, los otros, para qué perder el tiempo en el análisis, son los malos. Para eso está su Sanchidad y sus coreografías, para defendernos del reverso tenebroso de Darth Vader y las fuerzas imperiales.

De cualquier forma, nuestro amado líder es el “más mejor”. Es único: tras amnistiar a unos golpistas, cepillarse el delito de sedición, abaratar el de malversación, enfrentarse a gigantescas tramas de corrupción, bailar histriónicamente en mítines por medio país soltando insultos y amenazas, reírse de la Constitución, declarar la guerra al poder judicial y a los medios de comunicación no apoltronados, y pierde unas elecciones por tan solo dos diputados, es evidente que no le ha ido nada mal. No ha ganado, pero no ha perdido, verdaderamente imbatible nuestro Gran Timonel. ¿Quién ganó?: La abstención. Muestra de dos cosas: el personal está harto de la mayoría de los políticos, y no somos conscientes de todo lo que se decide desde Bruselas, y lo que ello marca nuestro día a día.

Las elecciones europeas del pasado domingo no se vivieron en clave europea. Suele ocurrir y no sólo en España. Pero, ¿qué es lo que nos jugamos en Europa? Hay un parlamento europeo, vehiculizado por la Comisión Europea, que ha secuestrado a Europa desde hace mucho tiempo. Los socialistas y los populares europeos votan casi siempre en la misma línea: la agenda 2030, la estrategia globalista que poco o nada tiene que ver con el futuro de Europa y sus ciudadanos. 

Enfrente, hay otros movimientos emergentes que promueven alternativas, sobre todo para recuperar la independencia política, cultural y económica de sus respectivas naciones. Defienden los partidos identitarios, les preocupa la inmigración masiva, la islamización de Europa, la pérdida de identidad cultural, la dependencia alimentaria, la creciente irrelevancia internacional, la desertización industrial, los furibundos catecismos climáticos y una voracidad fiscal a cambio de menores servicios y prestaciones. Nos jugamos mucho, más de lo que piensan, porque si pese a todo no hay un cambio frente a esta locura, no sé cómo serán las elecciones de 2029, pero Europa no será la misma.

Esta revuelta por el sentido común tiene dos intensidades. En primer lugar, en Alemania, principal motor económico y demográfico de Europa, la AfD se convierte en segunda fuerza política superando a los socialistas. El siempre demonizado Fidesz, de Viktor Orbán en Hungría revalida su supremacía, y la competencia que le aparece, mantiene postulados similares. Los eslovacos de Robert Fico, exactamente igual, lo que nos hace comprender el brutal atentado que sufrió hace unas semanas. El FPÖ austriaco, también ha sido una increíble sorpresa, alterando completamente el sistema.

En otro nivel, aunque no menos decidido, tenemos el éxito de Fratelli en la Italia de la presidente Giorgia Meloni o el triunfo de Marine Le Pen en Francia, que al igual que en Bélgica, ha dinamitado el calendario y provocado la convocatoria de elecciones. Con Macron en el Elíseo y temiendo la guerra étnica en que se van a convertir las próximas Olimpiadas de París, ya veo la jugada, recuerden estas palabras. No quiero olvidarme de la participación de VOX o de los portugueses de CHEGA, que demuestran con los hechos que sus seguidores son inasequibles al desaliento, pese a la demonización a la que constantemente les somete la arbitraria maquinaria mediática del sistema.

Me apasiona Europa, su historia y tradiciones. Participo, o lo intento, del legado grecolatino del que somos herederos, me encuentro cómodo con nuestras costumbres y me gustaría preservarlas, mejorarlas y que nuestros hijos las hereden y disfruten. La buena noticia de las elecciones del 9J es que las consecuencias del sempiterno  pacto socialista popular son tan graves, tan profundas, que millones de ciudadanos han decidido mirar hacia otro lado. Esto nos ofrece la oportunidad de que podamos concebir Europa como algo distinto a este parque temático de la globalización en el que nos la quieren transformar. Pero con “mamados» obsesionados con suicidas políticas de ingeniería social, con el falso buenismo que encubre la invasión denominada inmigración ilegal, con políticos obsesionados en eliminar nuestros campos y ganaderías mientras favorecen productos de terceros países, poco se puede hacer. 

Me repugna la idea de que unos funcionarios a los que nadie ha elegido me digan cómo tienen que desarrollarse todos los aspectos de mi vida; si puedo viajar, qué medicamentos debo utilizar, si puedo o no puedo salir de mi casa, trabajar para mantener mi proyecto, mi familia, mis ilusiones. Políticos demenciados que llenan nuestros campos de placas solares mientras se eliminan campos de cultivo, acaban con nuestra economía, nos asolan con trabas infinitas con el fraudulento rollo de la descarbonización y nos fríen a impuestos con las excusas de siempre. No quiero nada de eso, y si por pensar así tengo que sufrir excluyentes etiquetas, pues es lo que toca. Hay unos tipos muy listos, que no paran de meternos miedo con que viene el lobo, sin que nos demos cuenta de que el lobo está en el corral desde hace años, y está partiéndose de risa.

Hay que tener presente que no existe un polo sin el otro. No hay blanco sin negro y los propietarios del tablero disfrutan con el enfrentamiento fomentando la división para que su lucrativo juego no acabe nunca. La banca siempre gana.

Luis Nantón Díaz