Con el amanecer de esta mañana del sábado 21 de diciembre, damos la bienvenida al Sol, tras un nuevo solsticio de invierno. En las Fiestas de la Tierra, las antiguas sacerdotisas romanas, custodias de la tradición, maestras y sanadoras de cuerpo y alma, invocaban así a la suprema deidad: “Esta es la noche del Solsticio, la noche más larga del año. Ahora las tinieblas triunfan y aún así, todavía queda un poco de luz. La respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El oscuro monarca vive en cada pequeña luz. Nosotras esperamos al alba cuando la Gran Madre dará nuevamente a luz a su amado hijo el Sol, con la promesa de una nueva primavera”. 

La Tierra se mueve alrededor del sol por una órbita elíptica que hace que una vez al año se encuentre en el punto más alejado del sol. En ese camino las noches se hacen más largas y los días más cortos. Una vez pasado ese punto emprende el camino inverso abandonando la oscuridad camino de la luz. Desde el principio de los tiempos el hombre ha mirado al cielo buscando respuestas a las tribulaciones que atenazaban su espíritu. Con esa minuciosa observación reconocieron el movimiento de los principales cuerpos celestes y su devenir a lo largo de las estaciones. 

El ciclo de variaciones de la luz es una manifestación grandiosa de los ritmos naturales de la tierra y tiene un impacto revelador sobre el medio ambiente y los seres vivos. Afecta al comportamiento de muchas especies incluyendo las migraciones, los hábitos de hibernación, el abastecimiento de comida y al crecimiento de las plantas. Ahora sabemos que una reducción de las horas de sol modifica la secreción de algunas hormonas que alteran nuestros ritmos inmunológicos, metabólicos y de sueño. Antes sólo eran capaces de constatar que los árboles perdían las hojas, que las aves migraban al sur, que hacía frío y estaba oscuro. Miraron al cielo e identificaron ese momento en el que el sol abandonaba esa deriva menguante para volver a mostrarse poco a poco en todo su esplendor y lo celebraron.

El solsticio de invierno ha sido un motivo de celebración en ambos hemisferios desde el neolítico, testigos mudos de ello son los monumentales Stonehenge de Inglaterra y Newgrange de Irlanda. Los incas celebraban en la fiesta del sol una ceremonia en la que ataban al sol a una piedra para que no escapara. En la mayoría de las culturas se considera un periodo de renovación, de renacimiento y de retorno de la luz. De esta forma, los antiguos, conscientes del eterno giro de los ciclos, reclamaban al sol del mismo vientre de la noche, plenamente conocedores de que el tiempo nunca se detiene, en un círculo que todo lo envuelve. 

Una vez transcurrida la noche más larga, aprovechemos la jornada como promesa de renovación. Desde siempre el solsticio ha sido una celebración disfrutada en el seno de la familia. Así lo hereda nuestra Navidad y así debemos recuperarla. Rememorar la navidad con sus costumbres, sus creencias, sus recuerdos, sus nostalgias y su belleza.  En esta fiesta surgida de las profundidades de los tiempos, espontánea, casi instintiva, donde el corazón del hombre se vuelve como el de un niño, como si de pronto también quisiera morir y renacer, revivimos la verdadera fiesta de la familia. 

Es una fiesta de esperanza pero también de inquietud, la naturaleza parece estar recuperando el aliento y no se sabe si el sol volverá a brillar. Reunidos alrededor del fuego, nos comunicamos con la naturaleza que está descansando para un nuevo comienzo. Por eso es importante tener conciencia de lo que tenemos y de lo que ansiamos recuperar. Disfrutemos, con plena conciencia, de la familia y de nuestra gente.

Para recuperar la cordura, es indispensable la reflexión y rescatar cierta “intimidad espiritual” que este siglo se empecina en negarnos. Visualicemos la larga noche solsticial, alrededor de un fuego, escuchando narraciones antiguas, los cuentos de nuestros antepasados. Disfrutemos del transcurrir de las horas, con un imaginario crepitar de llamas, escuchando plácidamente. Porque todos esos viejos relatos son el recuerdo de un tesoro que se lleva en nuestra misma sangre. Si ese bagaje no se pierde podemos albergar cierta dosis de esperanza. El solsticio de invierno representa la supervivencia de la luz en el momento del frío, de la oscuridad, tenemos que ser conscientes de que el solsticio de invierno espiritual hace muchos siglos que comenzó y nos toca continuar viviéndolo, en esta larga noche cosmogónica y espiritual. Nuestro reto será el ser llamas vivientes para los que quieran continuar. 

Disfrutemos de un leve resurgimiento de la cordura, tras unos años volcados en la negación, en el rechazo y en la cancelación. La navidad, el solsticio, es una buena época para recobrar la armonía, valorar adecuadamente lo que somos y tenemos, y volver a transcurrir por la senda de lo natural. El lógico y natural cuidado del medio ambiente, gana la partida a la secta climática, mientras que la respetuosa indiferencia a las preferencias sexuales de cada uno se impone al empoderamiento de la bandera arcoíris.

Esta tarde tendré la fortuna de disfrutar, en el Auditorio Alfredo Kraus, de uno de los Oratorios de Navidad de Johann Sebastian Bach. Este genio nos quiso transmitir una experiencia de lo sagrado enraizada en nuestra alma colectiva. Profundiza en este Misterio y es ahí cuando entendemos que Dios ha nacido entre nosotros de la pureza de una forma milagrosa, que se ha hecho hombre, es la luz y la vida, es Uno e indivisible, el Yo superior y eterno. Que cada uno lo interprete en su propia clave. 

Si el simbolismo solar tiene una relación evidente con el día, el simbolismo polar lo tiene de manera equivalente con la noche. La noche no representa entonces la ausencia o privación de la Luz, sino su estado primordial de “No Manifestación”. Mientras, hay que guardar la llama en nuestro propio interior, guardarla para guiarnos en la oscuridad del tiempo exterior y de nuestra propia oscuridad, que no es otra cosa que nuestra ignorancia.

Por la noche, la silenciosa naturaleza puede parecer yerma pero esconde un secreto igual que el invierno no solo anuncia una primavera, sino miles y miles de primaveras por venir. No somos hoy una de las páginas brillantes de nuestra historia. Estamos viviendo en el invierno del pensamiento más que en la primavera de la renovación. Pero en el corazón del invierno podemos ser lo que hace que vuelva la primavera. Podemos ser la promesa de lo que vuelve y convertir la esperanza en certeza. Porque la esperanza no es otra cosa que la confianza cuando, una vez más, renace de la voluntad.

Luis Nantón Díaz