Todos los gobiernos repletos de inútiles, e incapaces de cumplir su promesas, son afamados generadores de relatos y expertos en desviar la atención con cortinas de humo. En España lo sabemos muy bien, porque lo sufrimos desde hace años. En México, nación hermana, ocurre lo mismo. Un gran país con una pésima clase política, dado que una cosa es la ciudadanía y otra bien diferente sus gobernantes.

La nueva presidente de México Sra. Sheinbaum continúa con las artimañas de su histórico mentor Lopez Obrador, y ataca con la casposa cantinela de siempre, de que España debe pedir perdón por la ingente obra desarrollada en América. Pretenden disimular su incompetencia, su falta de resultados, generando conflictos con quien no tiene interés en resolverlos. Sería interesante ver a estos cuentistas, afrentando a su poderoso enemigo del norte, reclamándole a EE. UU. que les devuelva más del 50% de su territorio, que se “zamparon” impunemente tras el desastroso conflicto de 1846.

El ”comodín” de la Leyenda Negra se sustenta, obviando la actual realidad social y étnica de Hispanoamérica, y el hecho de que desde un primer momento, los indígenas fueron considerados hermanos en la Fe y vasallos de la Corona. Por eso intentan denodadamente minorar la ingente labor civilizadora de la Monarquía Hispánica y vender la moto de que antes de la llegada de los castellanos, disfrutaban de un idílico remanso de paz, cultura y bienestar general.

Pero mayor repulsa genera, cuando estas torticeras patrañas son interesadamente repetidas por politiquillos españoles. La siempre “chuli” exministra Irene Montero asistió a la toma de posesión de la mandataria mexicana y no desaprovechó ni un instante en enfangar gratuitamente nuestra historia y legado. Todo lo hispánico les horroriza, como buenos comunistas, que deben generar víctimas donde no las hay, para mantener sus relatos, cuentos y  cuotas de poder.

Realmente a estos pijoprogres debería fascinarles nuestra historia, especialmente la Reconquista. No deja de ser la empecinada lucha de un puñado de campesinos libres contra un despotismo teocrático. Estimulantes historias de labriegos que ganaban tierras hacia el sur, la lanza en un hombro y la azada en el otro, orgullosos en sus pequeñas aldeas frente a la violenta opulencia del invasor africano… Perfecto ejemplo de épica popular contra el poderoso, contra el tirano. Pues no, muchos paisanos toman partido por el emirato de Córdoba, el cuento de la convivencia de las tres culturas y la tolerancia de la cultura islámica. Seguro que si hubiera una máquina del tiempo, que les permitiera disfrutar de las bondades del Califato, el cuento no les parecería tan interesante. De hecho, en su egoísta ignorancia, hacen lo imposible para imponer en Europa, un nuevo Califato, en pleno siglo XXI.

A pesar de ello, aprovechados demagogos como Sheinbaum y Lopez Obrador, para ganar el fácil aplauso de sus palmeros, hacen referencia a: “el origen de la grandeza cultural de México reside en las grandes civilizaciones que vivían en esta tierra siglos antes de que invadieran los españoles”, unas aberrantes palabras vertidas para adornar sus relatos, y disimular sus fracasos.

No procede mendigar perdón porque los seis millones de población del virreinato de Nueva España  en 1775, duplicaban a la de las colonias inglesas de Norteamérica. Sí, he escrito Colonias, cosa que nunca fueron las diferentes comunidades hispanas en América. Su desarrollo económico, técnico y cultural fue muy apreciado durante décadas. En tiempos de los virreinatos, ciudades como Lima o México eran mucho más prósperas y dinámicas que Madrid, e imprentas, Universidades e Iglesias jalonan todo un continente.

Los hitos, son muchos e indiscutibles. El Hospital de Jesús en México fue construido en 1521, la primera escuela se abrió en 1523, la catedral vieja de Ciudad de Méjico en 1524, la primera Universidad en 1553 y el primer diccionario español-náhuatl se publicó en 1555. Multitud de historiadores, entre los que recientemente he destacado a Zunzunegui o Marcelo Gullo, presentan numerosos trabajos científicos, tesis doctorales, libros publicados por prestigiosos académicos de fama mundial, que no dejan lugar a dudas de que en centro américa imperaba una nación opresora, la mexica, y muchas comunidades oprimidas, a las que no sólo les arrebataban sus materias primas, sino que les exigían constantes tributos humanos para sacrificarlos en sus templos.

Todo episodio histórico tiene sus luces y sus sombras, pero el Reino de las Españas liberó un continente de unos imperios, que sojuzgaban y aplastaban de forma inmisericorde a todos los millones de seres que dominaban. Como nos recuerda José Vasconcelos  «la conquista la hicieron los indios», en una auténtica guerra de liberación.  Aunque existieron abusos patentes inseparables de la naturaleza del hombre y el afán de gloria y riqueza, España no se limitó a extraer oro y plata, sino que compartió lo mejor de sí misma y jamás relegó a un segundo lugar el sincero objetivo evangelizador. El hecho de que durante años la Universidad de Salamanca, verdadera desarrolladora de los Derechos Humanos, estudiara si la epopeya hispana en América era lícita, es algo revolucionario.

Los que repudian nuestra historia, la misma historia a ambos lados del Atlántico, lo hacen por objetivos políticos. Lo que más me exaspera de esta hipócrita actitud es su aparente y falso indigenismo, cuando de siempre, la Monarquía Hispánica contó con el total apoyo de los indígenas en las guerras civiles del XIX, que denominan de la Independencia. Más aún, en el inicio, en la misma toma de Tenochtitlan, donde sin la colaboración de los miles de aliados indígenas de Hernán Cortes, jamás hubieran superado la inexpugnable barrera de 300.000 valientes guerreros aztecas. 

Este cuento del perdón solo sirve para erradicar definitivamente tanta falsedad interesada. Es inaceptable que en el siglo XXI algunos españoles sientan vergüenza de su propia historia, es decir, de nosotros mismos. Y así nos va. Porque, del mismo modo que ninguna persona puede vivir odiándose a sí misma, tampoco ningún pueblo puede vivir odiando su pasado y su propia existencia.

Nada de pedir perdón. Eso sí, en algo tienen razón los progres de la élite globalista: ni Colón, ni Cortés, ni Alvarado, ni Cabeza de Vaca, ni Hernández de Cordoba,  ni Elcano, ni Orellana son héroes para nuestro tiempo. Ni los merecemos ni estamos a su altura. Mal acabará una civilización que escupe sobre la tumba de sus héroes.

Luis Nantón Díaz