Sobre 1990 vivía en Madrid, inmerso e ilusionado en diferentes frentes, activo en lo político y cultural, siendo joven y sintiéndome realmente vivo. Aspirar a cambiar el mundo, por poco que fuera, era una aspiración natural. Después, como apuntaba la siempre intuitiva Mafalda, es el mundo quien le cambia a uno, pero posiblemente en la misma aspiración, esta lo que te da la vida. Además, una cosa es que madures, y otra bien diferente, que te domestiquen.
Mi mejor amigo en Madrid era ruso, nacido en Moldavia, e hijo de una niña de la guerra civil, una más de los cientos de chavales que la republica traslado a la Unión Soviética en su día. Mi amigo poseía una mente tan genial, como desquiciada, posiblemente por su profunda alma de artista. En muchas ocasiones me pasaba traducciones de un joven intelectual ruso que apostaba firmemente por una tercera posición, considerando a Rusia, en las circunstancias de cambio que sufría, una verdadera tierra de promisión. Este autor se llamaba Alexander Dugin.
Los contactos aumentaron su frecuencia, elevando exponencialmente el interés en la idea euroasiática que Dugin defendía de forma apasionada. Sustentaba sus planteamientos en solidos autores, y en una creciente experiencia en geopolítica. Nos acompaño la fortuna y conseguimos involucrar a una editorial española para que editara uno de sus libros ARCTOGAIA. Tras esto, y gracias al contacto que manteníamos con el genial Sánchez Drago, Televisión Española le invito a participar en un programa televisivo en Madrid. Esta naciente aventura, este lanzamiento español, permitió un conocimiento directo con Alexander Dugin, y el inicio de una fructífera amistad.
Alexander es un filosofo en su cosmovisión más tradicional. Es una reconversión de la nueva derecha francesa, posiblemente una ultima revelación de la revolución conservadora alemana, pero tiene mucho de si mismo. Dugin es Dugin, es extraordinariamente original y rompe muchos esquemas. Hablar de tradición en pleno siglo XXI es ser un rebelde. Hablar de aristocracia, del culto a lo bello y elevado es realmente perturbador, así como su demoledora critica a la devaluada democracia moderna.
El sedicioso Dugin apuesta por su “4ª teoría política” para convertirse en la ideología dominante en Eurasia, mediante una alianza geopolítica entre Rusia y Europa, en un frente común frente a la globalización. Por eso considera que no existe la democracia en la actualidad. El mal está, sobre todo, en nosotros mismos. Ponemos demasiada esperanza y confianza en una avasalladora tecnología, que tiene su punto álgido con la ciega confianza de nuestras sociedades en las redes sociales.
A principios de los años 90, se atisbo claramente que Rusia podía ser el motor de muchas cosas. Entre 1991 y 1993 las transformaciones fueron duras, y pude presenciarlas directamente en Moscú y San Petersburgo. Aprendí las consecuencias de un cambio de sistema, de un socialismo soviético ya a medio gas, hacia una sociedad capitalista, que arraso la economía, empobreció a gran parte de la población, y dejo sin recursos y sin ahorros a millones de ancianos. La anarquía generada por la necesaria extinción de la URSS promovió el reparto de un desfasado pero inmenso botín, entre unas oligarquías que recordaban a la desamortización de Mendizábal. Todo este polvorín, estallo en el invierno de 1993, con el asalto al parlamento ruso y el golpe de estado que le dio el poder a Boris Yeltsin. Con estos enfrentamientos termino mi directa experiencia en Rusia, tras nueve días de incierto toque de queda, que casi le cuestan la vida a Alexander Dugin.
¡Son tantos los cambios! Todo se acelera, es un signo de esta etapa, de este fin de ciclo. Las élites financieras mundiales, han determinado la demolición controlada del sistema iniciado en 1945, y su sustitución por un sistema de tecno-comunismo mundial, auspiciado por el globalismo, y su agenda 2030. No tendremos nada, pero seremos felices. Entre los delirios de magnates como Soros, Schwab o Gates nos proponen el hormiguero humano de una futura “mente-colmena” planetaria, del metaverso, la resiliencia y un enfermizo igualitarismo salpimentado con crisis climática.
En los últimos años se ha hablado algo de Alexander Dugin. No por el conocimiento directo de su extensa obra, por la difusión de sus conferencias por todo el mundo, sino por una interesada puesta en escena, como asesor del presidente ruso Putin. Como un nuevo Rasputín del siglo XXI, su perfil ha sido magnificado grotescamente por los espejos deformantes de la prensa occidental. Personalmente estoy seguro de que Dugin carece de poder político y de acceso a los círculos de gobierno. El caso es que la prensa europea y americana ha convertido al padre de la geopolítica contemporánea en una suerte de profeta del Kremlin, lo cual resulta esperpéntico para quien conozca un poco la situación. La única influencia que ejerce Dugin es de tipo intelectual, debido sobre todo a un manual académico, sus “Fundamentos de la geopolítica”.
El pasado sábado 20 de agosto, mientras celebrábamos la boda de mi único hijo, en Canarias, asesinaban mediante una bomba lapa, a la hija de mi amigo Alexander Dugin en Moscú. No deja de ser un azar lleno de sentido lo que ha sucedido. En un extremo, la boda de un hijo. Al otro el asesinato de una hija. Dos caras de una misma moneda y la moneda es Nos.
Hace años que perdí el contacto con Dugín, pero nunca podré olvidar las innumerables reuniones de aquellos dos años en Rusia. Unos actos públicos para miles de asistentes, en teatros donde durante horas hablábamos gente tan variopinta y diversa como Dugin, Ilia Glazunov, Guenadi Ziuganov, Limonov….
Como ocurre cuando quieres utilizar tu libertad, la de verdad, debes procurarte tu personal y autentica visión. Fruto de tu estudio, de tu experiencia personal. Quieres saber que defiende Dugin pues escucha sus entrevistas y conferencias, repasa su generosa obra, pero no te quedes con el maniqueo retrato que está ofreciendo la prensa occidental, triste herramienta del pensamiento único.
Darya Dúgina, la hija del amigo que conocí hace tres décadas, ha sido asesinada de una forma especialmente cobarde, que nos recuerda a los asesinatos de ETA. Sirvan estas líneas para expresar mi cariño, mis condolencias, mi apoyo a Alexander Dugin, pensador al que admiramos, no solo por su indiscutible talla intelectual, sino por su desprendida lucha por un ideal.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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