No se enfade, no se altere y perdóneme esta humilde invitación a la reflexión. En una sociedad que genera opinión pública en horas, en muchas ocasiones con información replicada informáticamente, tener una opinión propia es un lujo. Esa percepción, se construye comparando perspectivas, verificando información, y profundizando en el asunto que nos preocupa o ilusiona. Lamentablemente, en gran cantidad de casos, nos limitamos a ser anónimos vocales del pensamiento de otros. Me equivoco todos los días, y ciertamente muchas de las posiciones que asumo no tienen por qué gustarle, ni lo pretendo. Como en tantas otras ocasiones, únicamente me circunscribo a invitarle a pensar y que obtenga las conclusiones que considere.

La OMS no es lo que pensamos. La OMS es una organización supranacional que está obsesionada con implantar sistemas de control a escala mundial. Por eso, insisten en aprobar al margen de los parlamentos nacionales, tratados de pandemias que les otorgan poderes ilimitados. La OMS disfruta de financiación público-privada controlada por intereses empresariales, especialmente de la poderosa industria farmacéutica. Para hacernos una idea, las cuotas de los países miembros sólo cubren el 17% de su presupuesto mientras que el 83% proviene de “donaciones” destinadas a un fin determinado por las empresas. En la actualidad, los cinco mayores donantes voluntarios son EE. UU., Alemania, la Fundación Bill & Melinda Gates, GAVI (Alianza Global de Vacunas e Inmunización) y la Comisión Europea.

La OMS depende fundamentalmente de empresas, consorcios y agrupaciones de interés, que, a lo mejor, no están interesados en la salud, sino en el negocio sanitario. Si combinamos que el terror paraliza, que el miedo bloquea, el generar un constante ambiente de riesgo sanitario, te hace dependiente, sumiso y obediente a las directrices de los que “cuidan de nuestra salud”. Si además aprovechan para combinar el miedo con los negocios, no hay calculadora que sume los brutales beneficios que obtienen algunos con estas situaciones.

La semana pasada, la Organización Mundial de la Salud declaró la emergencia sanitaria mundial por una nueva cepa de la viruela del mono. El brote detectado anteriormente ocasionó 180 fallecidos en dos años. Como referencia actualizada utilicemos el último informe del European Centre for Disease Prevention and Control de la Unión Europea, que determina una cifra global de casos acumulados en los dos últimos años de algo menos de 100.000 afectados en todo el mundo, de los cuales  208 desembocaron en muerte. No digo que no sea un problema, pero no para imponer una Emergencia Sanitaria Mundial. Inmediatamente todos los políticos vociferando nuevamente con restricciones, mascarillas y vacunaciones masivas. Todo ello, sin incidir en los segmentos poblacionales de riesgo, y en los verdaderos y reales parámetros del problema.

Desde el año 2005 la OMS ha declarado seis pandemias. Importante recordar que esta organización alteró la definición de pandemia. Hasta el año 2009, para determinar una pandemia eran necesarios analizar dos factores: la letalidad y la contagiosidad. A partir de ese momento solo era necesaria la contagiosidad, y se percatan de la poderosísima herramienta que tienen en sus manos. Esta gente tiene un dilatado historial de manejos con la industria farmacéutica. La pandemia de la gripe aviar del 2005, la pandemia de la gripe porcina del 2009, y sus diferentes pruebas, tienen como denominador común la generación del miedo sistémico, y la generación de beneficios siderales para la industria farmacéutica.

Retornemos al Mpox. En nuestro país son hasta ahora 270 casos, de los que menos de 30 presentaron complicaciones asociadas, y de estos, solo una docena requirieron hospitalización. No consta ningún fallecimiento. Ni por número de casos ni por universo de afectados podría decirse que realmente estemos ante una emergencia de alcance mundial. Como las matemáticas no apoyan el relato, ya empezamos con las variantes. Tenemos la CLADO I que aunque no hay ninguna verificación, ni contraste, afirman que se transmitiría por las vías respiratorias, y así intensificamos la alarma. Al parecer, carece de importancia que numerosos virólogos hayan explicado que esto no es «viruela del mono». Todo eso da igual. La OMS, la industria farmacéutica,  rápidamente secundada por los subvencionados medios de comunicación, se han apresurado a extender el pánico. Nuevamente los títeres de la clase política, una vez más, han sido obedientes al primer toque de atención.

Algunos “expertos” de los de ahora, de esos comités inexistentes que tan de moda estuvieron, ya empiezan a vociferar que el sector más expuesto a la nueva cepa son los niños y que por eso hay que vacunarlos. Y para esas afirmaciones hay que ser verdaderamente mala gente. Para compensar tan interesado dislate, tenemos a un investigador español del Centro Superior de Investigaciones Científicas, aseverando que la vacuna española para la COVID vale también para la viruela del mono. Es como la pócima de Fierabrás. Lo cierto, es que viene bien para vaciar almacenes y aumentar los beneficios.

Cada vez que hay una “campaña plandémica” hay vacunas, o supuestas vacunas, que ya estaban patentadas. Curiosamente, el 25 de enero de 2022  se aprobó la patente internacional de una vacuna contra el VIH (sida) con vector del virus de la viruela para Bavarian Nordic y Janssen. Por favor, hágase un favor, y vea cómo han subido de forma brutal las acciones de ambas compañías.

Pensemos. Pensemos y recordemos. Poco a poco vamos ganando distancia y viendo las realidades del último ejercicio de despotismo en nombre de la «salud» aplicado sobre una población mayoritariamente aterrorizada. Pensemos y valoremos lo que sabemos. Primero: las posibilidades efectivas de contagio del Mpox son extremadamente pequeñas para la mayor parte de la ciudadanía. Segundo: El lanzamiento de esta nueva campaña de terror está directamente vinculada a nuevas estrategias de la industria farmacéutica. Tercero: Tenemos claro que la OMS no es una entidad preocupada por el bienestar de la población mundial y que respalda los intereses de sus financiadores. Cuarto: Gran cantidad de expertos actúan por intereses que poco tienen que ver con la salud, y sí con los intereses de la industria. Idéntica situación con unos medios de comunicación que alteran y distorsionan la información, para apoyar los beneficios de sus consejos de administración. 

Algo hemos aprendido, pensemos libre y serenamente, para no recaer en la tormenta perfecta de hace cuatro años.

Luis Nantón Díaz