Escribir siempre me ha liberado, porque no deja de ser una inigualable forma de compartir. Cuando la fortuna te regala sus dones, resulta agradable hacer participe a tu entorno más cercano, no por petulancia, no por soberbia, sino por compartir algo tan terapéutico, como pasajero, que es la alegría. Cuando son días oscuros, donde los vaivenes de la existencia te golpean con crudeza, escribir, compartir, te permite minorar la presión del dolor, atemperar sentimientos que en los primeros momentos son más atenazantes, más duros.
Nunca, en mi medio siglo de deambular por esta vida, me he vinculado con una mascota, con un animal de compañía, con un amigo irracional…me doy cuenta ahora que no se como denominar a una amistad, a una dependencia de este tipo. En casa de mis padres siempre hubo gatos, pero eran los gatos de mi madre o de mis hermanos. He convivido con el perro de mi pareja, he paseado con las mascotas de mis amistades, he disfrutado de agradables jornadas con pajaritos, tortugas, perros, gatos y ranas……pero nunca se ha tratado de mi animal, de mi amigo. Pero hace dos años llego Lara, de la cariñosa mano de su dueña. Solo una persona como María, con una indisimulada candidez, hubiera logrado convencerme de todas las cosas buenas que aportaría el “bicho”. Costó, costó mucho, porque Lara ya tenia mucho rodaje, y unas marcadas costumbres, propias de una perrita que ya tenía kilómetros.
Cualquiera de mis amigos se hubiera sorprendido, si me vieran hablando con ella, en inverosímiles monólogos a los que prestaba una inusitada atención. La mayoría de mis amigos no se hubieran creído, la expectativa que se generaba cada mañana, al empezar la jornada, abrir la puerta, y tras mentar su nombre, ver como corría, dando saltos de sincera alegría al vernos mañana, tras mañana. Este pasado viernes, disfrutó por la tarde de su ultimo baño, y ni yo mismo me creo que me pasara media hora con ella, cepillándole el pelo, con unos cuidados, mimos e intensidad que no me dispenso ni a mí mismo. Ni mis camaradas, ni mi entorno más cercano, ni yo mismo lo creemos.
Lara se acaba de marchar hace unas horas. En el transcurso de una reunión de amigos en Cumbres Borrascosas, emplazamiento en el Guiniguada que siempre será su morada, quedo la puerta abierta y un coche la ha atropellado. Algo fortuito, absolutamente inesperado y con la anestesiante convicción de que no pudo sufrir. Fue rápido, fue inmediato. Posiblemente ni se dio cuenta.
Lara ya no está, pasaran muchas semanas hasta que vuelva a abrir la puerta de la casa, con esa alegre y espontanea rutina que mi amiga me regalaba. En este trance, intento no fustigarme gratuitamente. Lo hago con las personas…todo es impermanente, todo pasa, nada queda. Pienso que, a mi manera, con mi falta de efusividad, pude paliar mis carencias aportándole todo lo que podía ofrecerle. Creo que estos dos últimos años fueron plenos y fructíferos para Lara. En mi caso estoy plenamente convencido.
Toda mi vida esta condicionada por el objetivo de fomentar el desapego. Intentar que nada perturbe el equilibrio, ni los éxitos, ni el fracaso, ni el placer, ni el dolor. Se dice rápido, el concepto es sencillo, pero pasa toda una vida y posiblemente resulte derrotado en mi más importante propósito. Para mi tranquilidad, solo puedo pensar que el esfuerzo, en sí mismo ya puntúa, aunque casi todo sean meros fuegos de artificio, tan fatuos como esplendorosos.
Pero, aunque solo han pasado unas horas de esta inesperada despedida, me percato, de que hay reacciones y sentimientos con mayúsculas, que no son excluyentes para el desapego. No suponen senderos divergentes. El desprendimiento es una herramienta para alcanzar otro estado de conciencia, para intentar acceder al SER, pero en esta manifestación nos encontramos con cosas, animales y personas que suman. Porque se trata de eso. O sumamos, o restamos. O eres un turbio escollo, o eres un luminoso apoyo. Ahora veo con diáfana claridad, que Lara, en su humilde pero importantísimo papel, cada mañana me transmitió una espontanea, transparente y sosegada alegría que siempre voy a recordar. Lara, muchas gracias…tu…SUMASTE.
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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