No es que piensen que somos estúpidos, no es que crean que estamos aborregados, es que saben perfectamente que estamos atontados. Estoy cansado del cuento de la ranita que a gusto en el caldero de agua caliente, no se percata de su triste final, enfrentándose tan “a gusto” a una inevitable y mortal ebullición. La moraleja reside en lo peligroso que resulta el conformismo. Si te vas acomodando y acostumbrando a los cambios que llegan sin reflexionar sobre ellos, puede que pierdas la visión de la realidad y termine afectando a tu forma de vida. Cuanto más me cuentan esta fábula menos ganas tengo de ser un difunto batracio cretinizado.

Con estos astutos descerebrados, el día siguiente siempre te depara alguna sorpresa. Ahora estamos inmersos en la peligrosa cortina de humo del “pajaporte”. Se burlan de la ciudadanía, se desternillan de todos nosotros, y lo más iracundo que hacemos es un sinfín de divertidos memes, riéndoles la última gracia ministerial. Nos tronchamos todos, mientras el agua entra en ebullición y no dejamos nada para los de atrás…

Al Gobierno de su Sanchidad, y a su supuesta oposición política, le importa un bledo nuestra infancia. Lo primero es, que con el fútbol no es suficiente, lanzar otra cortina de humo sobre tantos escándalos de corrupción. Y lo siguiente, continuar abonando el terreno para sus objetivos totalitarios. Este Gobierno ha ofrecido sobradas muestras de su ineptitud y dogmatismo a la hora de poner en práctica sus obsesiones globalistas.

Los padres responsables pueden y deben tutelar a sus hijos el acceso a internet. Hay multitud de herramientas para ello. No tiene que venir el Ministro Escrivá, o cualquier otro mandarín, a dosificarnos mensuales pases onánicos. Además, la mayor parte de las industrias del porno, no están en España, ni se pueden regular por nuestra espuria legislación. No voy a invertir más tiempo en el sin fin de implicaciones que demuestran lo hipócrita de esta nueva iniciativa gubernamental.

Lo que sí tengo claro, es que va en línea al objetivo de muchos gobiernos, de implantar medidas, sistemas de control, como el crédito social chino tristemente injertado en el país asiático. Con la plandemia, muchos gobiernos occidentales contrastaron la docilidad de la población. Tragamos con comités de expertos inexistentes, eliminación del control parlamentario por decreto, y recorte total de libertades para “protegernos”. Poco a poco nos vamos dando cuenta de lo brutal e inaudito de la situación sufrida, pero el miedo continúa atenazando nuestras mentes…y ellos lo saben.

El gobierno chino, por mucha potencia emergente que sea, y lo simpáticos que son sus ciudadanos, es una dictadura comunista, con herramientas de libre mercado que utiliza de la forma más agresiva e hipócrita. Su sistema de crédito social es, según sus jerarcas, para estimular el crecimiento de los buenos ciudadanos. Al igual que su Sanchidad, un buen ciudadano, es un tipo, tipa o tipe sumiso, calladito, bien entretenido y sobre todo que no moleste.

La dictadura china rastrea y califica el comportamiento de sus ciudadanos en varios aspectos de la vida cotidiana. Aquellos “desafectos” con puntuaciones bajas en este sistema enfrentan una serie de restricciones que van desde la capacidad de viajar hasta la obtención de préstamos bancarios. El sistema evalúa y recopila datos personales y financieros de los ciudadanos. Cada individuo recibe una puntuación que refleja su comportamiento social y económico. ¿No les suena todo esto a los pasaportes sanitarios, a las ciudades de 15 minutos, o a las restricciones a determinado tipo de automóviles de uso sencillamente masivo? La agenda 2030 y el sistema de crédito social son lo mismo, y no paran de repetírtelo: no tendrás nada y serás feliz.

Parte de los sistemas de control, en los que se van cimentando los créditos, son las etiquetas. Las clasificaciones son muy cómodas, sobre todo cuando el que manda, tiene medios inabarcables e infinitos, pagados con el dinero de todos, para imponer sus arbitrarios designios y estabulaciones. 

Como tengas la pésima fortuna de ser crítico con las élites actuales, no eres buena persona. Si muestras disconformidad con la política europea regenteada por los burócratas de Bruselas, la imposición de la Agenda 2030 y la docilidad de sus discípulos de la América Hispana enrolados en el antiguo Foro de San Pablo, eres de extrema derecha. Resulta llamativa la “alerta antifascista” decretada en Europa, cuando sería más sencillo si los partidos de siempre, que son el problema, actuaran de forma limpia y honesta, es decir, preocupados por el bien común. Bastaría con que gobernaran solucionando las dos principales quejas del ciudadano europeo: la inmigración ilegal masiva y los catecismos climáticos que arruinan nuestra sociedad. Los europeos ganan conciencia sobre un verdadero programa de destrucción de la calidad de vida que el europeo ha llegado a dar por supuesta. En mi pueblo, a eso le llaman sentido común. Así de sencillo.

Y para intentar despertar a la cómoda ranita, sobre todo con la patente ingeniería social que nos regalan, recuperemos las aceradas palabras de Pérez Reverte. El  conocimiento de la historia, de nuestra historia, fomenta muchísimo el sentido común: “En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano”. ¿Comprendemos la historia y seguimos jugando al baño calentito de la ranita?

Que le den al “pajaporte”, que le den al “crédito social”, huyamos de sus regalos envenenados y etiquetas pijoprogres. Las cosas claras. Ser es defenderse, y ni siquiera un pueblo tan adormecido irá a la extinción sin algún amago de resistencia. Y ahí está, sí, el peligro, el riesgo de que nuestros líderes acaben provocando con su propagación de políticas suicidas el mismo mal que dicen evitar.

Luis Nantón Díaz