Hace poco estuve releyendo la serie de la Fundación de Isaac Asimov gracias a un querido amigo. Cuando vuelves a un libro que descubriste en la juventud estás obligado a conjurar el fantasma de aquel que fuiste, el que subrayó aquellos párrafos que todavía te conmueven y que sin embargo no se percató de todos esos detalles que ahora ves. Asimov fue un gran divulgador científico y bioquímico además de un prolífico escritor. Escribió más de 500 libros, hay un asteroide bautizado en su honor y fue profético en sus predicciones sobre la robótica, la superpoblación de la Tierra o los vehículos estelares. Predijo muchas de las situaciones a las que nos ha llevado el desarrollo de la tecnología y quizás sea un buen momento para invocarlo, ahora que la IA irrumpe en nuestra vida. La complejidad inherente al uso de la tecnología genera debates éticos y morales aunque en realidad lo que demandamos con entusiasmo es la supervisión de un sistema fiable y sin fallos.
Recuperemos las tres principales reglas de la robótica de Asimov, de su libro “Yo, robot”. Primera Ley: “un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño”. La Segunda Ley: “un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la Primera Ley”. La Tercera Ley: “un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley”.
En sus obras, Asimov sostiene que es posible coexistir con los robots (léase inteligencia artificial) y esa interacción es beneficiosa para ambos, con más luces que sombras. Cuando esos avances tecnológicos adquieren características o formatos humanos nos sentimos como si camináramos sobre una capa de hielo fino. Todos nosotros conocemos esos asistentes virtuales que hablan, mueven las manos y responden como personas; pero no son personas. Aunque resultan asombrosas no pueden negarme que dan a la vez un poco de grima. Pueden tener el rostro de alguien muy conocido que dice o hace algo que el personaje real no suscribiría. Y si tienen el rostro de tu padre, tu médico o tu jefe, por poner un ejemplo, pueden modificar tu propia toma de decisiones o tu comportamiento. Está servida pues la posibilidad de su uso con fines maliciosos; la desinformación, la manipulación, el intrusismo… En los relatos de ciencia ficción, con frecuencia hay un robot díscolo, que se independiza, que empieza a pensar por su cuenta y se olvida de que está al servicio de quién lo creó. Entonces toda esa potencia y esas habilidades de las que presumíamos cuando explicábamos su funcionamiento, se tornan espeluznantes. Es entonces cuando nos acordamos de la primera ley de la robótica y deseamos fervientemente que sea un axioma.
Los avances que está suponiendo la IA a todos los niveles son indiscutibles. Tiene un efecto multiplicador, de cualquier capacidad técnica. Todo va vertiginosamente rápido y algunos expertos vaticinan el año 2029 como el de la eclosión de la IA generativa. En ese devenir no podemos por menos de acordarnos de algunas de esas creaciones humanas que finalmente se pervirtieron. La televisión y las redes sociales han revolucionado nuestra vida, pero mientras la primera dejó hace mucho tiempo de ser una herramienta para divulgar el conocimiento o la cultura, las redes han acabado atomizando a la gente a la que pretendía conectar.
Tenemos verosímiles relatos donde la robótica, o desde la robótica se controla la economía mundial para maximizar la eficiencia y minimizar el sufrimiento de la humanidad. La idea inicial es loable, pero finalmente el invento decide que es peligroso que los humanos se encarguen de sus propios asuntos. Viendo lo que tenemos en Bruselas, observando lo que el más frio globalismo nos plantea con sus agendas… ¿no merece una pensada?
Más tarde o más temprano nos encontraremos en la encrucijada. Hablamos de una potencial superinteligencia con capacidad de raciocinio autónomo, que pese a las “leyes programadas”, llegará a la lógica certeza de que la energía y los recursos que consumen los humanos, sus creadores, deben ser en exclusiva para ella, no tardando mucho en buscar la forma de eliminar a tan molestos competidores. A lo mejor me he venido arriba con los relatos de ciencia ficción, pero les aseguro que hay mucho multimillonario endiosado, al que le apasionan estas cosas. No me asusta la tecnología, todo lo contrario, pero me dan miedo los profesores Bacterio que pululan por el ecosistema globalista.
El futuro es una consecuencia del presente y de los presentes acumulativos que ahora llamamos pasado. Esto abre la puerta a la esperanza sin perder de vista que nos aproximamos a un momento histórico extremadamente difícil. Hay quienes buscan una guerra mundial por motivos mesiánicos, por dinero o por poder; otros lo presentan como la oportunidad para “resetear el mundo” y establecer un bonito Gobierno Mundial; o para una drástica reducción de población según ellos necesaria para el equilibrio ecológico del planeta. Resulta alucinante como gobiernos occidentales, supuestamente democráticos, apuestan por continuar una atroz guerra en aras de la libertad. Y todo ello sin ayuda de la inteligencia artificial. Es perentorio impulsar debates éticos sobre el uso de la Inteligencia Artificial. Aunque viendo a muchos de nuestros lideres, políticos, sociales y económicos, no sé si lo inteligente seria retornar a los ábacos.
Asimov era un inveterado optimista. Estaba convencido de que la capacidad humana para resolver problemas mediante la lógica y la ciencia. También alertó sobre el abandono de la palabra por la imagen, sentenciando que “leer se está convirtiendo en un arte arcano” lo que a su juicio hundía al hombre, lenta pero inexorablemente, en la más profunda y limitante estupidez.
Luis Nantón Díaz
LA DISTOPÍA ES HOY
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SIEMPRE APRENDIENDO

Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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