Hace 45 años que el descreído William Goldman escribió un exquisito relato al que tituló LA PRINCESA PROMETIDA. En sus trepidantes páginas mezcla géneros y habla del amor verdadero en clave de fantasía, humor, aventuras y un sinfín de frases a recordar. En 1993, en un lento y frío fin de semana en Moscú devoré la obra de Goldman, para enjuagar mi pesar por no haber localizado los tres barriles con malaquita que me pedían importar desde Bilbao. Desconocía, cuando me enfrenté por primera vez al pantano de fuego, que seis años antes, en octubre de 1987 se había estrenado en Estados Unidos su versión cinematográfica, una película que daba una vuelta de tuerca a los cuentos de hadas tradicionales, y todo ello con la dirección de Rob Reiner y una deliciosa música de Mark Knopfler.

Cierro los ojos y me adentro en la habitación donde un niño que está postrado en cama, recibe la visita de su abuelo, con la intención de leerle una novela que lleva consigo. El chaval no parece entusiasmado con la intrusión del abuelo ya que no le resulta atractiva la idea de consumir su tiempo, con un aburrido libro; aun así, el anciano, con la seguridad y temple de los años, desoye las protestas y comienza la narración de un libro titulado La Princesa Prometida.

En pleno disfrute de mi medio siglo de vida, hacía mucho tiempo que deseaba regresar a Florín, donde la bella Buttercup administra una granja y donde su principal entretenimiento es molestar al joven y apuesto Westley. Me permito desviarme un poco de mi ensoñación, con otra mucho más reciente al recordar a la joven actriz que personifica a Buttercup:  Robin Wright. Descubrirla hace poco en la fría, ambiciosa e inteligente Claire Underwood, en la inquietante serie House of Cards supone un verdadero contraste. Cierto es, que este segundo personaje es más próximo, por ser más acorde a estos tiempos, y por haber tenido la fortuna de conocer a una mujer que lucía el bolso con igual estilo e inequívoca distinción…¡Basta ya!…retornamos a Florín y al joven Westley, criado de Buttercup y donde descubrimos una de las primeras frases icónicas del relato: “como desees”. Westley siempre atiende con esta frase de total desprendimiento, hasta que nuestra hermosa joven se da cuenta, de un desmedido, cristalino y poderoso amor.

El joven Westley marcha para forjarse un futuro diferente que le permita poder casarse con ella, prometiendo volver, porque antes, al igual que nuestros padres y abuelos, siempre se pretendía volver. Trágicamente su barco, nada más iniciar su aventura, es atacado por el temible pirata Roberts, un inmisericorde salteador de los mares que es famoso por su inmortalidad, ser un maestro de la esgrima, su astucia sobrehumana y por no hacer prisioneros. Creyendo que Westley ha muerto, Buttercup tras algunos años acepta casarse con el príncipe Humperdinck, heredero al trono de Florín.

Es, a partir de este momento, donde magistralmente comienza a lanzarse el mensaje central de este relato. Se administra en pequeñas dosis, para que pueda ser asimilado, al igual que Mitrídates del Ponto se fue acostumbrando a los más letales venenos, para ser inmune y finalmente sobrevivir a sus enemigos, a sus amigos y a la misma historia. Cuando el joven enfermo, al que le están leyendo un relato al cual se está progresivamente enganchando, se da cuenta de que el héroe ha muerto cruel y vanamente, manifiesta su infantil enfado. ¡Cómo va a morir el protagonista! Si es joven, sacrificado, noble y arriesgado…no puede ser. Y ¡cómo es eso de que la bella protagonista se va a casar con un hombre tan anodino, traicionando de esta manera un amor tan profundamente hermoso!…

Hay escritos que trascienden, sobreviven incluso a las mismas esperanzas de su creador, y terminan convirtiéndose en símbolos, en banderas de algo. Y es que la novela tenía todos los ingredientes para convertirse en un clásico con el paso del tiempo: gigantes, persecuciones, esgrima, combates, torturas, venganza, seres infames y, lo más importante…un romance indestructible. La novela sería imposible de comprender sin tres personajes que aparecen antes del día de la boda. El mefistofélico genio siciliano Vizzini, la experimentada espada española de Iñigo Montoya y el gigantesco luchador turco Fezzik, todos ellos contratados para secuestrar a nuestra princesa y organizar una guerra al estilo clásico, sin recurrir a inexistentes armas de destrucción masiva.

Toda la novela intenta ser un ágil y entretenido exponente de los diferentes carismas que nos gustaría irradiar a los más jóvenes durante su formación, con la esperanza de vivir en un mundo mejor. Mediante personajes con tanto carácter, vamos absorbiendo el desprendimiento, un elevado sentido de la libertad propia y ajena, los códigos de honor que nos ayudan en la búsqueda de la excelencia y muchas herramientas para un camino angosto, hacia lo augusto. Hoy más que nunca requerimos producciones que reivindiquen valores como el honor y la lealtad, lazos como el de la amistad, la familia o el amor, y todo ello aprendiendo a reírse de uno mismo.

Cada episodio es una excusa para exponer una fortaleza o una debilidad, pero siempre con el mensaje de que el arrojo y el valor son indispensables. Imposible no saborear el diálogo de Iñigo Montoya, en los acantilados de la locura, brindándole ayuda al enmascarado, al que espera educadamente para batirse. O como Fezzik, con idéntica elegancia, renuncia a su inicial ventaja para que exista una sana competitividad. Todos los escollos son superados, mediante la espada, la fuerza o la más sutil astucia, y si aún no fuera suficiente, todavía nos quedan el fuego burbujeante, las relucientes arenas del pantano de fuego y unos roedores que me gustaría no encontrar en la vida…

Todo este heroico camino, nos permite confraternizar con nuestros protagonistas, y compartiendo sus ilusiones, su dolor y su esperanza, compartir el camino. Pero no nos olvidemos del mensaje central del relato, porque él sí nos tiene presentes. Cuando parece que todo se está solucionando, Westley cae en manos del Conde Rugen y entra en la fosa de la desesperación. Cuando el abuelo está leyéndole estas páginas a su nieto, quien ya ha cambiado totalmente de actitud, y muestra gran interés en el relato, estalla en comprensible cólera cuando nuestro esforzado protagonista muere por las torturas infligidas. Nadie puede creer que nuestro héroe está muerto. ¡Cómo es posible que el mal supere al bien, cómo se permite que lo indigno venza sobre lo noble y esforzado! Es aquí donde se desvela el mensaje oculto, de un maravilloso relato para jóvenes. Es en esta parte donde por primera vez se desvela la piedra de Rosetta que el autor, en boca del abuelo, quiere transmitir. La vida, la impresionante experiencia de la vida es algo totalmente injusto, una sucesión de inconvenientes, escollos y problemas. Que mientras más intensa es tu vida, mayor es la cantidad de problemas que deberás superar, o sencillamente encajar. Y no lo olvides, los “malos”, los traidores, los embaucadores, los seres abyectos, generalmente se salen con la suya. Eso de que alguien les dará su merecido, no lo veremos, al menos en esta vida. Ellos, los seres carentes de principios, carecen de ética o moral que les obligue a ser consecuentes, a tener escrúpulos y los necesarios límites. Este mensaje pudiera parecer desesperanzador en grado sumo, si no fuera porque hay una segunda enseñanza, un impresionante mensaje. La vida es así de dura, pero sencillamente es una experiencia maravillosa. La vida rebosa contratiempos, de los que también se puede aprender, pero es una explosión irrepetible de luz que tenemos que saborear hasta el último minuto. Y mientras más conciencia de ello, mucho mejor.

Todas las novelas permiten, ya en su origen, dos lecturas paralelas y posiblemente no contrapuestas: Son muchas las personas que se impregnan de las páginas por el sencillo placer de conocer una historia y su desenlace y otras en las que existe la búsqueda de un libro de claves, de unos códigos y mensajes, que puedan ayudarte en este camino que cada uno debe lidiar. Cierto es que, en estos tiempos, ya el mero hecho de disfrutar con la lectura se está convirtiendo en algo extraño e inusual. Nuestro sistema educativo, y los valores de la modernidad, coartan a mi entender la capacidad de soñar, y sin poder soñar es imposible aproximarnos a los Dioses.

La Princesa Prometida, tampoco podemos olvidarlo, habla del arte de contar historias. La película transmite tan brillantemente la escena del intrépido Iñigo, frente al Conde Rugen, «Hola, me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir», como la madura reflexión del mismo héroe, de cómo enfocar su futuro, tras haber dedicado toda su vida a un único objetivo que acaba de culminar.

Cuando el abuelo finaliza la narración, el joven queda encantado por la compañía de su abuelo, a quien el relato le ayuda a admirar. No se me ocurre mejor final para estas líneas que recordar a nuestro joven protagonista, pidiéndole a su abuelo que vuelva al día siguiente para una nueva jornada de relatos. El abuelo responde sencillamente “como desees” y este es otro de los mensajes de este maravilloso cuento, que esta frase no significa otra cosa que TE QUIERO.