“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”, así se inicia el magistral poema del inmortal alejandrino Constantino Cavafis. En unas sencillas, pero muy simbólicas líneas, Cavafis nos ilumina sobre el sendero de la vida, sobre todas las aventuras y peripecias que nos depara el destino, y como de cada una de ellas podemos aprender, y retener una rica experiencia.

La vida, la impresionante e irrepetible experiencia del viaje de regreso a Ítaca, es algo complejo. Hay múltiples lecturas para este singular viaje. Por un lado, es algo totalmente injusto, una sucesión de inconvenientes, escollos y problemas. Que mientras más intensa es tu vida, mayor es la cantidad de obstáculos que deberás superar, o sencillamente encajar. Y no lo olvides, los “malos”, los traidores, los embaucadores, los seres abyectos, generalmente se salen con la suya. Eso de que alguien les dará su merecido, no lo veremos, al menos en esta vida. Ellos, los seres desprovistos de principios carecen de ética o moral que les obligue a ser consecuentes, a tener escrúpulos y los necesarios límites. Este mensaje pudiera parecer desesperanzador en grado sumo, si no fuera porque hay una segunda enseñanza, un impresionante mensaje. La vida es así de dura, pero sencillamente es una experiencia maravillosa. La vida rebosa contratiempos, de los que también se puede aprender, pero es una explosión irrepetible de luz que tenemos que saborear hasta el último minuto. Y mientras más conciencia de ello, mucho mejor.

Y es de conciencia, de un suave baño de conciencia con la que pretendo regar estas líneas. Después de un camino de 80 años, Miguel Díaz de Castro ha regresado a Ítaca. Conociendo lo que una persona tan singular te dejaba entrever, no sé si esto era un fin de viaje, un objetivo consumado, o lo más probable, que el camino continua en otra esfera. Miguelín, o “Jorongo”, como era conocido entre sus generaciones de amigos, deja muchas historias, muchos ricos episodios de un viaje tan característico como su personalidad. Tuvo la suerte de experimentar intensas circunstancias en un París que rompía sus entrañas, a una generación de canarios que batieron el cobre con fulgurante intensidad. Durante años se vinculo a un emblemático restaurante de la capital gala de la época “México lindo” donde ofreció a multitud de afamados artistas e intelectuales lo mejor de la gastronomía azteca. Muchos paisanos iniciaron su vida artística en el epicentro de la vida bohemia, cruzándose un día con la mítica María Félix, otro con la exuberante Brigitte Bardot, pero siempre rememoro, sin acordarme del nombre, a ese pintor que paseaba a su gallo, cual mascota, y tranquilamente lo sentaba a su mesa en el restaurante. Sin duda, una época de locos geniales, de búsqueda de caminos, de inicio de senderos.

Una de las últimas conversaciones que pude mantener con Miguel, fue sobre el escritor y filósofo Gerhart Hirsch, más conocido por su seudónimo periodístico André Gorz, uno de los más significados seguidores de Jean Paul Sartre. Miguel disfrutó de una vida, intelectualmente muy intensa, en el París de los años 60, y lo conoció personalmente, departiendo en innumerables ocasiones. Al parecer Gorz era un hombre extremadamente discreto, pero en lo más íntimo de su pensamiento, exactamente al igual que Miguel, alimentaba una fe inquebrantable en el hombre solitario. De ahí el latente inconformismo de ambos. También participaban en un depurado gusto por la sobriedad, instrumentalizando a la misma, como la mejor herramienta para luchar frente a la pobreza.

A Gorz, al igual que a Miguel Díaz de Castro, también un día se le quitaron las ganas de vivir más. Uno, serenamente tomo la decisión de no continuar más, sin su amada de toda la vida. En el caso de Miguel, de Miguelín, simplemente se cansó de continuar aprendiendo en esta vida…espero que existan más oportunidades.

Pero después de dos décadas de intensas experiencias en centro Europa retornó a una de las paradas de su particular Ítaca. Regresó a nuestra Gran Canaria, y se dedicó plenamente a la artesanía, siendo una permanente referencia en ferias, con sus trabajos en cuero, siempre volcados en la canariedad. Lo canario siempre estuvo presente en su obra, posiblemente con cierta falta de perspectiva a mi entender, fruto de excesivas horas de lectura de VACAGUARE y otras tediosas creaciones de Secundino Delgado. Todo se le puede perdonar a Miguelín, inversamente a lo sufrido por el autor de su ópera preferida: Caballería Rusticana. Pietro Mascagni pagó la osadía de sus opciones políticas, con el silencio, con el desamparo al que le sometieron sus verdugos, lo mismo le ocurrió a otro poeta del que hablaba con Miguel, el increíble Ezra Pound, quien también pagó con su libertad sus cantos contra la usura.

Porque eso era y es Miguel, nuestro Miguelín, un hombre profundamente libre e independiente. A su manera, un Cyrano de Bergerac enemigo de inútiles compromisos, y siempre deambulando por la vida, con la libertad que te aporta el más sincero de los desprendimientos. Amigo de verdad, se jactaba de que ahora sus amigos, eran los hijos de los que habían sido sus amigos, y a todos ellos les intentaba ofrendar un elevado sentido de la libertad propia y ajena. A su manera defendía su código de honor, esas herramientas que nos ayudan en la búsqueda de la excelencia. Hoy más que nunca requerimos producciones que reivindiquen valores como el honor y la lealtad, lazos como el de la amistad, la familia o el amor, y todo ello aprendiendo a reírse de uno mismo.

Si un día querías disfrutar de una amena e instructiva conversación, en ocasiones delirante, pero siempre nutritiva, podías aventurarte a la calle Obispo Rabadán, donde trabajaba en su taller, siempre con su ópera de fondo. Podía ocurrir, y con bastante frecuencia, que no te abriera la puerta, siempre dependiendo del carácter de un hombre al que le entusiasmaba nadar contra corriente. Persona sencilla, vestido no de forma informal, sino lo siguiente, pero de vasta cultura, solo pareja a su sincera modestia. Lo mismo podías disfrutar de una charla sobre una de las figuras españolas más respetadas en Rusia, como el ingeniero canario Agustín de Betancourt, que departir con entusiasmo sobre su venerada Mary Sanchez.

“Ítaca te brindo tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia entenderás ya qué significan las Ítacas”. Disfrutar de la vida con cada pulso, con cada respiración, de forma intensa y consciente. No se trata de grandes experiencias, que nunca vienen mal, sino de tener clara y transparente conciencia del momento. ¿Qué es la vida sino la limitada sucesión de presentes?  Estoy seguro de que lo entendió, completa y plenamente seguro, de que finalmente lo importante es el propio camino.

Solo me resta agradecer esos momentos, esas experiencias, y vivificarlos en su memoria, para continuar aprendiendo en otro camino a Ítaca.

Luis Nantón Díaz