Hace unos días CANARIAS 7 publicó una interesante entrevista a Javi Cruz, maestro  de la alta montaña, experimentado explorador y gran persona. Tras la publicación, crucé con él unas interesantes líneas, dado que tengo la enorme suerte de contar con su amistad y le profeso una sincera admiración; nuestro paisano es un individuo cercano, sencillo y extremadamente humano. Me exponía que habían contactado con él muchos lectores, de diferente condición, felicitándole por aportar serenidad y esperanza, en estas aciagas fechas. Le llamaba mucho la atención, que pese a estar acostumbrado a estar en los medios, sus apariciones no solían generar una respuesta tan notable, y sobre todo tantas y diversas tomas de contacto, ajenas al mundo del montañismo. Cuestionaba hasta qué punto nuestra sociedad se encuentra asustada, desconcertada, abatida…

Con rotundidad le comenté que sus palabras habían obtenido un mayor eco porque proceden de alguien que está acostumbrado a estar solo frente a la adversidad. Es un testimonio cargado de credibilidad ahora que nos inundan los mensajes buenistas y esperanzadores de instituciones y famosillos de tres al cuarto que no sabrían ni deletrear la palabra adversidad.

Conquistar, hermanándose con las más altas cumbres, supone un brillante ejemplo de quien asume las dificultades como retos a superar, y, sobre todo, es un contrastado ejemplo para generar una positiva lectura de casi cualquier circunstancia.

Ahora estamos ofuscados por ir ganando días, e intentar evitar el colapso sanitario, timoneando para proteger a nuestros seres queridos, pero existe una autentica consternación con relación a un futuro más que incierto. Gran parte de nuestra sociedad, al no enfrentarse nunca a una situación ni parecida, consideraba que nuestro bienestar era el ecosistema normal, y contemplaba situaciones adversas, en países menos afortunados, como algo pintoresco, y siempre lejano. Ahora estamos en la tesitura normal para los cientos de generaciones que nos han precedido, y queda patente nuestra absoluta falta de costumbre y capacidad de reacción. Por eso estamos desconcertados.

Los cambios, en la vida, no suelen llegar por simple evolución. Hay quien tiene un cambio brusco en su vida que le permite una reorientación en beneficio de su espíritu. Lo más normal es que sean una serie de acontecimientos continuos en la vida, los que van sirviendo al despertar del Ser. Estos acontecimientos son de dos tipos: los voluntarios y los involuntarios. Entre los primeros, se encuentran todos los debidos a la propia planificación de la vida. Cambiar de lugar de residencia, de actividad laboral, enlazar tu vida a la de otro ser humano y cargar voluntariamente con la mochila de otro o  emprender la aventura de tener hijos.

Lo importante es pretender con honestidad tener una vida auténtica. Quien sólo busca la comodidad, no llegará a ningún sitio, o cómo me gusta decir a mí siempre que puedo “quién está siempre en un sofá se equivoca muy poco”. Entre los segundos acontecimientos, estarían todos los que el destino le depara: accidentes, muerte de familiares o amigos, desengaños amorosos. Éstos son inevitables y surten algún efecto si uno está llamado a ello.

Estos acontecimientos involuntarios pueden tener un impacto mayor cuando el individuo tocado por el Ser, reflexiona, replantea y vuelve a ponerse en marcha. Cuando apenas se le presta oído, resulta en un bache que se resuelve en función de las herramientas que cada uno tenga. Es como si los dioses te ayudaran a despertar y lo hacen porque te consideran digno de ello. No puedes escuchar las voces que no oyes.

Todos tenemos un camino a desarrollar, pero hay que tener conciencia del mismo. Si no lo ves, posiblemente sea el destino el que caprichosamente domine tus fichas. Generalmente disfrutamos de muy pocas posibilidades reales de cambio en la vida, y esperar a que te vengan dadas, significa que uno no está realmente llamado. El que está predispuesto siente esa fuerza desde siempre. Uno tiene que complicarse a sí mismo la vida para buscarle una salida.

El individuo acomodado en ese sentido es el que tiene demasiado lejos de su oído el reclamo del Ser. La inteligencia para interpretar las señales no es suficiente para afrontar los problemas del camino ni para suplantar el fuerte grito de Alguien que nunca deja de llamar a tu puerta.

Los tiempos que estamos viviendo, los acontecimientos que todos estamos sufriendo, son una oportunidad única y excepcional para tener conciencia de que respiramos. Aprovechemos este confinamiento, para apartando un poco nuestros lógicos miedos, recapacitar sobre nuestro día a día, sobre nuestra existencia, sobre nuestros porqués.  Siempre tenemos al cielo sobre nuestras cabezas, pero nunca tenemos conciencia de su deslumbrante enormidad, de su desorbitante e ilimitada plenitud. Este año, en las Cañadas del Teide, disfrute de la noche estrellada más maravillosa de mi vida. El absoluto silencio de este maravilloso paraje, el cielo más limpio del mundo, y cierta predisposición a la trascendencia, me permitieron contemplar en su exultante grandeza el mismo cielo que siempre nos rodea, y nunca concebimos.

Retornar a esas magnitudes, rememorar los ciclos de la vida, tener conciencia de la finitud de nuestra experiencia, nos permite concebir cosas, que siempre están ahí, pero que la celeridad de nuestras vidas ordinarias  nos impide experimentar.

Aprovechemos esta forzada, pero transitoria parálisis, para vencer nuestros miedos y limitaciones, y lanzarnos a concebir las autenticas magnitudes de la existencia. Posiblemente se trate de liberarnos un poco, y lanzarnos a soñar. Posiblemente se trate simplemente de respirar, tomando conciencia.

 

Luis Nantón

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