Esta guerra está perdida.
Es imposible sobrevivir a ningún conflicto, si no existe la clara conciencia del enfrentamiento, de sus causas y orígenes, y de quien y como es, el enemigo que desea eliminarte. El pasado mes de Septiembre, un valiente y genial  articulo con el título de “Los godos del emperador Valente”, que decididamente les recomiendo su lectura, me convenció aun más de que lo que conocemos por Europa, está condenado a desaparecer.
Perez Reverte indica que estamos pagando  nuestros pecados. Tras la inesperada “transformación” de los regímenes comunistas y la guerra que una serie de multinacionales desencadenaron en Oriente Medio, para instalar una democracia a la occidental. En estas naciones, en estos lugares donde las palabras Islam y una mal entendida Yihad, hacen imposible respirar “democráticamente”, pusieron a hervir la caldera. Podríamos divagar, en simultáneo, sobre lo que representa la “democracia” para estos valedores de la “libertad”.
El problema del yihadismo en Europa enmascara otros dos problemas: – la islamización del continente ( pensemos en las miles de mezquitas existentes en Europa, con cesiones de suelo público y dinero saudí) – y los efectos de la inmigración masiva (de la que la islamización es una de las resultantes) No podemos considerar los atentados de París, la aparición constante de redes yihadistas en España o la presencia de «yihadistas europeos» en las guerras de Oriente Medio, como simples casualidades y noticias producto de la fatalidad. No vamos a desarmar al enemigo, levantando las manos con pintura blanca, ni poniendo crespones negros en las redes sociales. Que nadie tenga dudas.
Pese a incurrir en injustas generalizaciones, la gravedad del problema requiere hablar claramente de cuatro causas: 1) La presencia de inmigración masiva y descontrolada que ha facilitado las llegadas de fuertes contingentes islamistas. 2) La radicalización de un sector del islamismo promovida por el wahabismo saudí y facilitado por los conflictos que asolan Asia Central y Oriente Medio. 3) La crisis económica que, entre otros grupos sociales, afecta a los contingentes de inmigrantes a causa de su escasa formación profesional y 4) La imposibilidad manifiesta de integrar a la inmigración islamista en las sociedades de toda Europa y el hecho de que, ante la crisis, refuercen su identidad aferrándose a un Islam intransigente.
Hace cuarenta años que un texto genial “El campamento de los santos” vaticinaba esta situación, tan lógica, como predecible. Pero todavía no han enterrado a las víctimas de la tragedia de Paris, y ya tenemos a los iluminados de siempre, en constante multiplicación, hablando de “consejos de paz” y de la “alianza de las civilizaciones”. Todo esto combinado con la hipocresía generalizada, de los que se alarman cuando las tragedias se acercan a tu domicilio, pero sufren con desigual rasero las masacres lejanas. Una sociedad que calma su inexistente conciencia, a ínfimo clic de red social, de igual manera que hace años luchaban heroicamente por la defensa del amazonas, tomando copas en un comodo concierto de música.
Año tras año las brutalidades aumentan, pero continúa la pérdida de nuestros valores, de nuestro sistema de vida. No es perfecto, es mejorable, pero es el nuestro, es el que hemos heredado de nuestros padres. Todos los esfuerzos tendentes a integrar a las bolsas islamistas, absolutamente en todos los países europeos, han fracasado sin excepción, aun a pesar de haber contado con inyecciones multimillonarias de fondos. Hoy, por lo tanto, no hay ninguna política de integración posible, capaz de hacer de los islamistas ciudadanos que asuman la legislación y las costumbres europeas. La integración del Islam en España exige la desintegración de nuestro modo de vida.
La ágil pluma del creador del Capitán Alatriste, soldado de las Españas, que tenía algunas cosas más claras que nosotros manifestaba textualmente” Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida.
El poder, el sistema, utiliza los sentimientos, las imágenes impactantes, para que no exista una verdadera reflexión. Los europeos nos hemos convertido en soberbios y egoístas descreídos que todo lo relativizamos. La progresía política e intelectual aparenta desconocer que para el devoto musulmán la religión constituye un todo con la concepción de la sociedad, de la familia, del Estado, del poder y de la trascendencia, con la legislación y el concepto de lo político: un todo sin fisuras. Para que el islamismo pudiera ser compatible con Europa tendría que cambiar y adaptarse. Y solamente en función de ese cambio, podría tener un lugar entre nosotros. Así pues, el problema no es de «xenofobia o racismo», sino de que los contenidos de la religión islámica, tal como los expone el Corán y tal como diariamente son vividos por los fieles de esta religión, generan dudas e inquietudes sobre cómo se comportarán estas comunidades en Europa en caso de ser mayoritarias. Y van a ser mayoritarias. Hay ciudades europeas donde existen barrios donde es difícil ubicarse.
No nos engañemos más. Es preciso asumir esta constante histórica: allí en donde el islamismo va ganando peso y sus reivindicaciones son atendidas, tales concesiones nunca son percibidas como signo de generosidad o mano tendida, sino como síntoma de debilidad de los «infieles». Y, por tanto, hacen que aumente la presión contra ellos. De ahí el fracaso de todas las políticas de integración practicadas en Europa. No puede integrarse a quien no quiere ser integrado. Es imposible integrar a quien no quiere adaptarse sino a imponer sus creencias. Así pues, además de utilizar el «principio de prudencia» ante el islamismo, es preciso considerarlo como una entidad que, primero mediante la inmigración y la demografía, luego mediante la yihad, quiere derribar nuestro orden y nuestras tradiciones.
En esta amnesia generalizada, pocos se acuerdan que durante tres años seguidos, gran cantidad de ciudades francesas sufrieron el estado de sitio, con la quema de miles de coches, edificios públicos, contenedores, durante semanas. La falta de trabajo, el vivir de subsidios y subvenciones del Estado, el atribuir las propias situaciones de crisis a terceros, el odio social que genera el no tener acceso a los escaparates del consumo, todo ello, ha dado como resultado el que sectores «moderados» del islamismo presente en España se estén deslizando en estos momentos hacia actitudes más radicales que se traducen en las posiciones que ya hemos visto. En Francia, como está quedando más que demostrado con sangre,  las cosas están más degradadas a la vista de que el fenómeno migratorio es más viejo que en España. Allí, no solamente se recluta a yihadistas para guerras en el exterior: en Francia están aumentando en número y crueldad los atentados en el territorio metropolitano.
En Europa, como en España, el problema se origina varias décadas atrás. Tenemos a los últimos responsables, de diferentes colores en los Aznar (que abrió las puertas a la inmigración para favorecer su «modelo económico»), son los Pujol (que recondujeron deliberadamente a inmigración marroquí a Cataluña para evitar la llegada de andinos castellanoparlante), son los Zapatero (con sus ensoñaciones humanistas y multiculturalistas de las que la Alianza de Civilizaciones fue el producto más mediático, son los Rajoy (que siguen regularizando inmigración y permanecen mudos ante las instituciones europeas ante los asaltos diarios a las vallas de Ceuta y Melilla), son los Carod– Rovira y los Colom que en su inmensa estupidez creen que puede existir un «islam catalán.
Resulta curioso, más bien crispante, como una estrategia de eliminación cultural, y de disminución de los derechos laborales de los europeos, se ha disfrazado siempre como un solidario esfuerzo para proteger a los más débiles, por ayudar a los que necesitan. Son los presidentes de la CEOE (los Cuevas, los Díaz Ferrán, los Rosell) cuyas exigencias de cada vez más inmigración iban paralelas a las ofertas de cada vez salarios más bajos, beneficiando así a la patronal de la construcción y de hostelería, a la patronal agrícola, pero perjudicando a toda la nación. Junto a este orden de responsabilidades, existen niveles menores que, a modo de correas de transmisión, han conseguido narcotizar a la sociedad española y dejarla indefensa e inerme ante la amenaza yihadista. ONGs que, con la excusa de la integración y de la ayuda a los inmigrantes han manejado cientos de millones de euros cedidos por el Estado, tertulianos que condenaban una «xenofobia y el racismo» inexistentes ocultando la verdadera naturaleza del problema, oportunistas sin escrúpulos que han dicho aquello que creían que podía catapultar más y mejor sus ingresos.
Lo que hace décadas se anunciaba, ya lo tenemos aquí. Total y absolutamente previsible. Pero insisto, esta guerra que nunca declaramos, está perdida desde su inicio. Para defenderse, hay que tener conciencia como hombre, como vecino, como ciudadano, ser parte de una cultura milenaria y herederos de siglos de historia. Han conseguido avergonzarnos de nuestras creencias y cultura, y así, hemos nacido para perder.