No entiendo nada. Es difícil entender algo. Diariamente desde la totalidad de los medios están volcando paladas y paladas de miedo, para atenazar a una ciudadanía que ya está absolutamente bloqueada ante la incertidumbre, la histeria y la manipulación de la información para mantener la tensión, rozando el pavor, de forma permanente.
Todo lo que tiene principio, ineludiblemente tiene fin. Esta pandemia, con independencia de su origen tecnológico o animal, de los posibles objetivos originales o coincidentes, de su interesado control o caos generalizado, también tendrá fin. Pero por algunas razones, que posiblemente podamos analizar sosegadamente dentro de unos años, existe una continuada estrategia de miedo y terror. Una cosa es prudencia, una cosa es la natural cautela y otra bien diferente un permanente, anquilosante y constante mensaje de miedo y consternación. Nos quieren parados, nos pretenden sumisos y lo están consiguiendo.
Con los datos en la mano del propio Ministerio de Sanidad de las últimas semanas, se pueden constatar unos porcentajes de fallecimientos vinculados directamente a la pandemia extremadamente bajos. Muy inferiores a los fallecimientos que ocasionaba en el mismo periodo, la gripe ordinaria, antes de que milagrosamente desapareciera esta enfermedad. En nueve regiones españolas durante más de una semana no se ha registrado ninguna muerte por Covid, pero pese a ello los medios, y especialmente la clase política, continúa hablando de cifras brutales de contagios, de mutaciones, de incrementos de contagios desorbitados, de que es necesario hacer algo, de que hay que actuar: restricciones, confinamientos, cierres perimetrales… Antes de que alguien empiece a exigir que sea arrojado a la hoguera, lo único que intento comunicar es que los contagios lo que generan es la inmunidad de grupo, (cada día detesto más lo de rebaño) y que, como se afirmó desde el principio de esta historia, el 85 % de los que toman contacto con el virus, son asintomáticos. Sobre todo, teniendo en cuenta que el segmento de población que siempre fue necesario proteger, ya tiene la vacuna. Si estos gestores no están capacitados para seguir adoptando decisiones debido al estrés sufrido, que abandonen. Pero, por favor, ni una limitación más de derechos y ni una decisión contraria a la recuperación económica solo por falta de entendimiento matemático.
De hecho, Alemania ya está utilizando como indicador principal de seguimiento de la pandemia, las hospitalizaciones directamente vinculadas al Covid. Hasta la fecha se han alterado, en muchas comunidades, las cifras, sin considerar ni el número de pruebas realizadas, ni los ciclos de las PCR, ni múltiples variables que determinan la evolución real de la pandemia. Lo que es difícil trastocar son los ingresos en hospitales de consideración grave por esta causa. Y siempre teniendo en consideración que las capacidades hospitalarias se restringieron mucho, por los nuevos protocolos de actuación.
Estos datos que ya conjuga un país de referencia como Alemania indican que vamos camino de controlar la situación. Una situación muy diferente a la que nos quieren vender los políticos y sus voceros subvencionados. Una pandemia con hospitales vacíos, UCIS desahogadas e infectados que no enferman ya no da derecho a hacer lo que quieran con nosotros. Y, sobre todo, no les da derecho a provocar un terror absurdo a una ciudadanía que solo intenta salir adelante.
Ya son muchos los que apuestan por proponer que a los estados de excepción, sitio y alarma se les añada una nueva figura que podríamos llamar “estado de histeria”, una posible casuística legal para justificar todo tipo de decisiones absurdas carentes de base, política placebo para aparentar que se controla la situación y restricciones que no hacen falta. Todo esto es un alocado esperpento, pero también resulta comprensible. El miedo es irracional y hay una parte de España que no se rige por criterios, racionales, lógicos, sensatos, sino por criterios sentimentales, pasionales y emotivos. Por eso la información se transmite, más bien se inocula, mediante imágenes sesgadas que sacuden los sentimientos. No se analiza información, no se contrastan datos, no se realizan comparaciones. Y cuando eso sucede, lo más posible es que la cosa termine mal. El miedo es libre, lo hemos pasado muy mal y esto no ha terminado. Por mucha inseguridad que intentan vendernos, por mucha estrategia para fomentar nuestra pasividad, no podemos continuar permitiendo hundir negocios, economías, destrozar familias, llevar a la ruina a una nación entera y degradar nuestra imagen internacional como entorno no seguro. Aquí en Canarias sin turistas no hay hoteles, ni restaurantes, ni camareros, ni papas arrugadas ni sancocho. Pero sin turistas tampoco hay transportistas que lleven mercancías y productos a esos hoteles vacíos, tampoco tendremos activas a todas las empresas que directa e indirectamente dependemos del turismo. Y yo creo que ya vale, es el momento de advertir a los de siempre que no estamos dispuestos a tragar con experimentos sociológicos, con recetas sin sentido alguno y sobre todo con la ausencia de resultados. Y ya está bien de soltar el manido rollo de que hay que aprovechar para la resiliencia, la reconversión que no hiciste, o los cambios que siquiera te planteaste.
También, en un futuro más cercano de lo que algunos consideran, más de un colectivo, más de una agrupación de damnificados exigirá responsabilidades por todo lo que ha ocurrido y continúa aconteciendo en nuestro país. Algún día podremos estudiar con el merecido detenimiento el brutal desastre que se desarrolló en muchos centros geriátricos durante el confinamiento, con datos de mortalidad contrastados, muy superiores a los de cualquier país de nuestro entorno. Algún día podremos desvelar por qué se adoptaron, y continúan adoptándose, medidas incoherentes, inútiles y más que cuestionables, que han hundido a este país por generaciones, pese a los datos vacuos y adornados, que intentan focalizar la atención hacia otro lado.
Para superar esta situación, con la máxima eficiencia, con el mayor rendimiento, necesitamos apostar fuerte, ser conscientes de los problemas a superar, y en ocasiones tener bien ubicados a los que nos desean callados, sumisos y en casita.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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