La juventud es el futuro. Y bien, o ahora no tenemos juventud, o bien, no tenemos futuro. Voy a granjearme más enemigos, lo cual me importa, y no me agrada, pero como ocurre en otras ocasiones, si no lo expreso, sencillamente reviento. Y ya hace muchos años que me prometí a mí mismo, no volver a arrepentirme por lo que no hice…o por lo que no dije.

En un reciente encuentro entre profesionales de diferentes sectores, salió a la palestra el tema de los procesos de selección de Recursos Humanos. Afortunadamente contábamos con varios especialistas en la materia, y unánimemente destacaban, que algo estábamos haciendo mal, ante unas incomprensibles actitudes en candidatos menores de 30 años. Se constataba, con multitud de ejemplos, una serie de desconcertantes incomprensiones o discutibles respuestas.

Personas que habían presentado su candidatura, que habían enviado su Historial Profesional para participar en procesos de selección, y que rehusaban la incorporación por no agradarles el horario, por estar lejos del emplazamiento, o porque consideraban insuficiente su retribución. Nada justifico, y todas las consideraciones son respetables, pero estamos hablando de individuos que están optando a su primer puesto de trabajo. Soy consciente, y es terrible, que esta generación lo tiene más difícil para su integración al mundo profesional, nadie lo niega, pero por esa misma razón no logro conciliar estas posturas.

El otro día comentaban sobre varios colectivos universitarios, que no estaban dispuestos a incorporarse al mercado de trabajo, por salarios inferiores a 1.500 euros. Me parece bien, pero por algo hay que empezar. No hablo de ir de becario para que te exploten, pero ya hemos recuperado la cordura, y ya no se desprecia a un mileurista.  Lo que más me ha llamado la atención, es la apremiante necesidad que tiene mucha gente de descansar, mucho antes de “quemarse” de lo lindo en los senderos de la vida. Muchos rechazan las ofertas porque, tras terminar sus estudios, necesitaban de un año sabático para descansar tras el enorme esfuerzo realizado. Tengo que buscar en qué serie de NETFLIX ponen tan de moda, ese delicado término del año sabático.

Sé que soy un “penoso abuelo cebolleta” pero soy de una generación de “blandos” si nos comparan con la de nuestros abuelos. Pero no recuerdo a ningún amigo, compañero o conocido, que no se dejara el alma en sus primeras oportunidades laborales. Como todo en la vida, se contemplaba la posibilidad de demostrar lo que valías, de superarte y de prosperar. Nadie preguntaba ni por el salario, ni por el horario, y ya se vería más adelante si la apuesta merecía la pena, o se cambiaba de tercio.

Bien es verdad que estamos en un mundo cambiante, y cada día con mayor celeridad. Pero no todos los cambios son a mejor, a lo mejor, ni la mitad, a lo mejor sería interesante discriminar si efectivamente es así, o nos están dando gato por liebre. Qué decir, de un mundo donde el hombre más rico del mundo recibe un donativo de las deficitarias arcas españolas y el donante consigue así hacerse una foto con Bill Gates. Y más carnaza para los diversos chiringuitos que callan a golpe de talonario, y en breve le prenderán fuego a las calles cuando termine su negocio. Todo para que su Sanchidad y su flamante desgobierno nos demuestren que se preocupan por la solidaridad, el progreso, el cambio climático y los semáforos inclusivos.

 

El sistema de partidos políticos es un negocio, cuyos principales beneficiarios son los políticos y sus mediocres e hipócritas proyecciones. Por eso necesitan y propician una educación carente de base, y sobre todo ineficaz a la hora de insuflar y otorgar valores. De los de verdad, el esfuerzo, el instinto de superación, la camaradería, el ansia de libertad, el amor por la cultura, y no esa ingente cantidad de chorradas de sus catecismos progres.  

Mi gran amigo Nicolás, brillante abogado, mejor conversador y hermano, me explicaba brillantemente su percepción sobre estas posibles carencias de carácter. Hace referencia al término «efecto Flynn» que fue acuñado por Richard Hernstein y Charles Murray en su libro The Bell Curve (1994). Con él quisieron describir el aumento del coeficiente intelectual que, de generación en generación, había venido observándose en muchas partes del mundo; siendo que el investigador James Robert Flynn, a su vez, asociaba la inteligencia ya no necesariamente a la genética sino también a factores ambientales como la mejora de la escolarización, la compensación de déficits nutricionales o los avances en la medicina (James Robert Flynn, What is intelligence?). Pero esta tendencia ha cambiado en apenas quince años, invirtiéndose dramáticamente. No en vano, si el propio Flynn, no sin cierta ingenuidad, sugería que la familiarización con las nuevas tecnologías podía ser estimulante para el cerebro, acaba de demostrarse, por el contrario, que los llamados nativos digitales son los primeros niños con un coeficiente más bajo que sus padres (BBC). 

Nicolás también se ha extendido sobre el neurocientífico Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, quien afirma que los dispositivos digitales están afectando gravemente, y para mal, al desarrollo neuronal de niños y jóvenes, y ello porque el tiempo que pasan ante una pantalla por motivos recreativos retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro. Y posiblemente no sean solo mermas de la inteligencia, sino también de pura capacidad de trabajo. Ahora casi nadie se plantea trabajar y estudiar en simultáneo, se considera un titánico esfuerzo.

Al igual que siempre, los datos, pueden agradarnos o no, pero cuanto menos que nos sirvan para lanzar necesarias reflexiones sobre nuestro futuro. Para terminar, mi siempre cáustico, pero certero amigo, aseveraba que el cretino digital, personaje creado por el brillante autor Desmurget, en su mundo paralelo, renunciaba de sí mismo, desertaba de sus sueños y negaba su entorno. Todo en un ecosistema que no supera los límites de un sofá y el mando del televisor.

Pese a que contamos con más recursos económicos que hace cuatro décadas, nuestro sistema educativo, con sus innumerables reformas, solo puede ser analizado por sus resultados. Y el resultado es incuestionable, se trata de un crecimiento de la ignorancia. Hay excepciones, muchas, y estos días estamos viendo algunas. Ignorar asignaturas o disciplinas enteras no favorece una actitud positiva, todo lo contrario. Algunos creen que por regalar aprobados se elimina el problema del fracaso escolar. Si así formaran a los futuros médicos, ¿querríamos que nos diagnosticaran unos incapaces?.

Y lo más importante, es de lo que no se habla. Fomentar la cultura del esfuerzo, la forja de verdaderos carácteres, de gente que fomenta y cuida su espíritu crítico. Pero quieren gente acomodada, borregos incapaces de discernir, pero sobre todo incapaces de luchar por cualquier tipo de sanas y elevadas convicciones. Estos inquisidores del pensamiento único demonizan lo que pretenden defender. Estos iluminados, son los que tienen que disfrutar de un “siglo sabático”. Necesitamos niños y jóvenes fuertes, preparados y libres. Dispuestos a luchar, especialmente contra un mundo globalizado, que nos anestesia, arrincona y convierte en fríos números.

Luis Nantón Díaz